20/4/11

Un recorrido por la obra de Luis Cabrera Delgado (desde el prólogo de su libro "Querida Zoelia"

(prólogo a la primera edición de Querida Zoelia, de Luis Cabrera Delgado)

Querida Zoelia, de Luis Cabrera Delgado 
Ediciones Capiro, Santa Clara, Cuba, 2009




                                                                                                            
París, 2 de mayo de 2009

Muy apreciado lector:

Espero que al recibo de estas letras te encuentres bien, en compañía de tus libros más queridos.
Te cuento que desde que el editor de Querida Zoelia me encargó ocho a diez cuartillas sobre la narrativa de Luis Cabrera Delgado, he vivido sumergido en sus libros, en los artículos que han sido escritos sobre su trabajo, y en la correspondencia y los recuerdos que guardo de más treinta años de amistad y colaboración con tan prolífico y talentoso escritor.

Me recuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando nos conocimos en casa de María del Carmen (González, que por entonces pasaba por la mejor autora de literatura infantil de Santa Clara), de cuando me propuso leer su primer cuento, de toda la emoción de nuestros pininos literarios…
Luis Cabrera debutó en el mundillo intelectual de Santa Clara con un puñado de cuentos para adultos. El primero que leí, bastante cruel pero extremadamente penetrante y eficaz, tenía por tema la incomunicación sexual de una pareja. La capacidad para construir personajes vivos y creíbles, el interés por las problemáticas humanas más hondas y la habilidad para tejer historias sorprendentes, ya eran rasgos del que no tardaría en convertirse en el mejor escritor que haya dado su natal Jarahueca, en una de las grandes figuras de la literatura villaclareña, en notorio abanderado de la narrativa infantil cubana y en un nombre que comienza a sonar en el ámbito hispanoamericano.

Su primer libro infantil, Narraciones de Jarahueca lo conocí “en pañales”. Yo vivía todavía en Santa Clara y, entre una y otra sesión del taller Juan Oscar Alvarado nos intercambiábamos manuscritos imperfectos y críticas que a veces “acababan con la quinta y con los mangos”. Enseguida me di cuenta de que aquel narrador poseía fuerza y originalidad muy superiores a las mías, y me concentré en ayudarle a mejorar su estilo, por entonces un tanto descuidado. Esto último no pude impedirme de “sacárselo” cuando el libro obtuvo mención honorífica en el Premio UNEAC de 1979.

En la nota “Ver con los ojos lo que no ve el corazón”, que perdió mi firma en el taller del periódico Vanguardia donde fue impresa aquel 14 de diciembre, saludé un conjunto de relatos “que nada tiene que ver con lo que se ha escrito en Cuba en esta materia” y deseé su rápida publicación. Mejor me hubiera callado porque parece que ese día tenía yo la lengua torcida y hasta la fecha solo se han publicado dos de sus ocho textos en la colección Pintacuento de la Editorial Capiro, insigne institución villaclareña que acoge el libro que tú, afortunado lector, tienes ahora en mano... Así que espero no volver a meter la pata anunciando ahora su publicación por Ediciones Luminaria, de la provincia natal de Luis Cabrera.

Fue solo tres días después de aquella primera nota indeseadamente anónima que pude explayarme, siempre en el órgano villaclareño, sobre esos relatos…basados en anécdotas y experiencias de la propia infancia del autor, que las ha elaborado de forma que el niño, al leerlas, las sienta como suyas. Para ello, Cabrera se vale de su profundo conocimiento del pensamiento, el lenguaje, los gustos y posibilidades intelectuales de los pequeños, a quienes ha podido estudiar a lo largo de años trabajando como psicólogo del Hospital Pediátrico de Santa Clara.

Los ocho cuentos se caracterizan por ese vuelo imaginativo propio de los niños que les permite, sin evadirse de la cotidiana realidad, vivir su mundo singular, invisible para los ojos de los adultos. Igualmente están presentes el humor y el suspenso, la gran variedad de las situaciones, cierta sutil ternura y un tono fresco; valores todavía infrecuentes en nuestra narrativa para muchachos (…los cuales) junto al respeto con que Cabrera trata a los niños, hacen que los elementos didácticos de su obra no influyan negativamente sobre el argumento.

Corresponderá al segundo libro de Luis Cabrera Delgado la suerte de inaugurar su bibliografía. Antonio el pequeño mambí es también realista y se apoya en la Historia; pero no en la contemporánea, de la que fue testigo el autor, sino en la de mediados del siglo XIX. Y lo recreado es nada menos que la infancia del mayor general Antonio Maceo.

Cuando en 1981 Luis Cabrera circuló entre sus compañeros de la Brigada (Hermanos Saíz, que desempeñaba entonces el papel que hoy cumple el comité provincial de la UNEAC) el original de este libro, hubo tres reacciones que evoqué en el periódico Vanguardia el 9 de febrero de 1986, cuando el libro comenzaba a llegar a las librerías de todo el país:
(…); para unos era inadmisible que se restauraran anécdotas mal conservadas o que se reconstruyeran, basándose en indicios –datos de época y del posterior comportamiento de los personajes–, situaciones probables, pero en modo alguno comprobadas. Tratándose de una figura histórica de tanta relevancia, les parecía obligado amoldarse a la más estricta veracidad factual. Algo parecido opinan los que –sin oponerse al recurso un tanto arqueológico, de componer la infancia de Maceo– estimaban mucho más eficaz y útil aplicar las artes de la ficción a recontar los grandes hechos de la biografía conocida del Lugarteniente General del Ejército Libertador.

Para mí no había duda de que Luis había acertado en su decisión. Que la ternura y firmeza del ambiente doméstico, la sencillez de la vida cotidiana y pequeñas aventuras de un niño y sus hermanos, sean los resortes principales de la reconstrucción de parte de la vida de Antonio Maceo no tiene nada de paradójico con el hecho de que entre los objetivos del autor esté, en primer lugar, trasmitir a los niños cubanos una imagen más cercana de uno de los más grandes guerreros, políticos y patriotas de nuestra historia (…) Es que no es lo mismo contar a los muchachos la admirable biografía de un héroe ya adulto, que la reconocible e imitable vida de otro niño. Lo verdaderamente relevante en este caso es que el niño y el héroe son una misma persona…

El tercer libro de Luis Cabrera Delgado, Pedrín, también vio retardada su publicación (¡en once años!). Pero al margen de esta circunstancia editorial, en lo estético se trata de algo radicalmente diferente. Se perfila así lo que será un rasgo característico de la obra de nuestro autor: su extraordinaria capacidad de renovación (no solo de la literatura infantil cubana, sino de su propia obra). Pedrín es quizás el primer libro psicoanalítico de nuestra serie literaria infantil, comparable solo a lo que desde hacía unos pocos años estaba escribiendo la brasileña Lygia Bojunga Nunes. En este originalísimo libro, “llama la atención, entre escenarios convencionales de cualquier ciudad cubana, un espacio psicológico materializado: la planta alta de la casa del protagonista, donde se alojan –personificados como tíos– sus miedos, angustias y complejos”[1][1]. Superando con pasmoso vigor el realismo de Narraciones de Jarahueca y Antonio el pequeño mambí, nuestro autor da sus primeros pasos en lo que Aimée González Bolaños ha calificado acertadamente como “cotidianeidad fantástica” y que le dará sus mayores éxitos: Tía Julita, Carlos el titiritero y ¿Dónde está la Princesa?




Tía Julita es el más conocido de los libros de Luis Cabrera Delgado. Y no solo porque se alzó con el codiciado premio de la UNEAC en 1982, sino porque lo hizo con una propuesta que puso en crisis el canon ejemplarizante y pontificante que todavía dominaba el discurso literario infantil cubano. Tía Julita no marca el nacimiento de la primer hada criolla pues, por ejemplo, El valle de la Pájara Pinta gira en torno a un personaje de este tipo. Pero Luis escribió su libro antes de la tardía publicación de la novela de Dora Alonso en 1984; cuatro años después de alzarse con el premio Casa de las Américas y dos después de que el manuscrito de nuestro autor entrara en un proceso editorial igual de dilatado.

Tampoco Tía Julita es el último libro que carga la mano en mensajes formativos, pero al margen de la renovación del concepto de protagonista mágico en un mundo bastante real, sus mensajes resultan relativizados por un masivo desembarco de recursos postmodernos. Lo más sorprendente es que Luis no llega a esta innovación estética inspirado -como harían varios de sus émulos- por la más moderna narrativa infantil europea, brasileña o argentina, sino por propia incubación y desde una visión irónicamente amorosa de su familia y de la realidad.
En el segundo artículo que dediqué a esta noveleta, el 16 de marzo de 1988, en el periódico Granma, destaqué cómo el Premio Ismaelillo 1982:


… narra, con una peculiar mezcla de desaliño y poesía, de recuerdos de infancia y delirante fantasía la aventura de una tía y sus sobrinos. Todos conservan sus nombres reales (...) y muchos de sus rasgos de personalidad y anecdotario: Sin embargo, el autor, lejos de dejarse atrapar por las húmedas trampas de la nostalgia, compone un texto criollo en su “ajiacósica” revoltura de alegría, amenidad, ironía, visión hiperbólica, profundidad ética, compromiso social, folclor, filosofía, crónica familiar, experiencias personales, síntesis de nuestra historia, costumbrismo y otras viandas igualmente suculentas.

Al comienzo del mismo artículo destaqué, con prosa incomible, lo que me parecía sentar las bases para una nueva etapa de la literatura infantil cubana:

Lo verdaderamente renovador de estos textos no lo da el colocarse en una o en otra perspectiva de la actividad cognoscitiva y estética del hombre, ni tampoco el situarse en uno y otro lado simultáneamente, o alternadamente: lo que a mi modo de ver saca chispas más fuertes de estos yesca y pedernal es que los escritores de niños ya no se comportan como simples contadores de historias, sino que participan con toda su biografía, con sus sueños, obsesiones, experiencias y limitaciones. Y por eso su obra, más sincera y profunda, llega más…

Como ocurre en muchos libros –anteriores y posteriores- de nuestro autor, Tía Julita está estructurada como un viaje. En este caso los lugares son reales e imaginarios, paródicos o simbólicos y asumen, entre otras funciones, la crítica del individuo y la sociedad (mucho antes de que el procedimiento sea puesto de moda y reclamado como sello característico por la generación de los 90). Cada capítulo, cada anécdota, viene a ser la explicación de las trece pintorescas definiciones presentadas, a modo de prefacio, por los niños que acompañan en su viaje-aventura a la criollísima tía-hada. Pero aunque a Julita corresponde un papel todavía un tanto tradicional (es ella, como adulto referente, quien aporta la solución a los obstáculos que se presentan en el camino), los sobrinos no son pasivos, puesto que evolucionan: crecen y van descubriéndose a sí mismos a lo largo de un viaje que es también interior.

Los calamitosos no fue el primer manuscrito que Luis me envió por correo. Hacía ya algún tiempo que yo vivía en Santiago de Cuba y habíamos continuado intercambiándonos los cuentos y novelas que escribíamos. Pero esta nueva obra me desconcertó. Atribuyo al estrés (yo estaba divorciándome, mudándome para La Habana y obligado a conseguir un nuevo empleo) mi incapacidad momentánea para digerir la mezcla de naturalismo, esperpento y grotesco con que Luis, siempre en renovación, había condimentado este conjunto de relatos que, por primera vez, no dedicaba a los niños sino a los adolescentes (en la búsqueda de ese lector total, sin edad, que ha definido como el suyo).

Hoy no puedo menos que coincidir con la brillante interpretación de Aimée González Bolaños:

Cejas de Pedro Barba, un pueblo pequeño enquistado típico de nuestra historia neocolonial, funciona como resumen y compendio. A semejanza de Macondo, Santa María o Montecallado, la naturaleza del pueblo resulta una naturaleza social, sobre todo moral. La reflexión sobre la condición humana, sin borrar los signos de la figuración costumbrista, se condensa artísticamente en personajes paródicos hiperbolizados, mitificados, a partir de sus vicios, de sus calamidades “humanas”, creándose la singular mitología de un bestiario pueblerino, de un Olimpo criollo. Figuras extraordinarias por lo grotesco de su proceso de alienación como el Señor de los Sapos, las Arpías o Doña Sepulcro implican una búsqueda de lo imposible verosímil. [2]

De la vasta obra de Luis Cabrera Delgado, Carlos el titiritero es, al menos en lo formal, mi preferido. Es su novela más experimental, al mismo tiempo que la más divertida. Marca un punto de inflexión en su narrativa, llevando a su máxima expresión los más significativos hallazgos de los libros anteriores y prefigurando algunos de los caminos que va a recorrer en la siguiente etapa. Por otra parte, une aquí los principales géneros de su praxis: novela, cuento y teatro, sus dos destinatarios: chicos y adultos, y sus tres fuentes de inspiración: experiencia personal, tradición literaria universal y cultura popular cubana.
Un resumen de la trama induciría a creerla simple: Carlos parte acompañado por sus dos títeres preferidos, Vicaria y Cundiamor, con la misión de encontrar al Niño Triste. Tras dos hallazgos fallidos, a la tercera dan con uno que, colmado de bienes materiales y sobreprotegido no se lo creería infeliz, pero está realmente necesitado de ayuda. Como en Tía Julita, es un viaje lo que aporta su estructura exterior al libro; pero se trata de un viaje a saltos, con marchas atrás, rodeos, pausas (una de ella dura tres años), entradas y salidas del tiempo de la trama al tiempo “real” e incluso al tiempo de lectura. La complejidad del relato está dada por las variedades de discurso a que recurre Luis, pero también porque “El trayecto está sembrado de dificultades y pruebas que propician el conocimiento y crítica de aspectos diversos de la realidad cubana, así como el desarrollo del protagonista (que conocerá el amor), de Vicaria (que padecerá el letargo de la Bella Durmiente, aunque solo sea durante tres años) o del escritor mismo (que sabrá de la angustia ante la página en blanco y de la implacable exigencia de los lectores)."

El párrafo arriba citado pertenece a mi primer artículo consagrado enteramente a Luis Cabrera Delgado en una publicación internacional: la Revista Latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil (número 5, enero-junio de 1997) que editan en Bogotá los comités latinoamericanos de la Asociación del Libro Infantil y Juvenil, IBBY. Lo subrayo porque a esas alturas ya nuestro escritor comenzaba a alcanzar cierto renombre allende nuestras fronteras (ese mismo año sería finalista del prestigioso premio latinoamericano de narrativa infanto-juvenil Norma-Fundalectura).

Si rotulé este artículo “Luis el titiritero” no fue por el mero placer de jugar con el título, sino para apuntar un rasgo determinante de esta obra: la irrupción del autor en las páginas que escribe. Es algo que ya habían hecho Cervantes, en el siglo XVII, y Sterne y Diderot en el siglo XVIII; pero es como recurso postmoderno que lo reinventa el siglo XX, y Cabrera lo introduce con audacia en la literatura infantil cubana.

Desde la página 5 (la primera de texto) el escritor –e incluso el lector– son movilizados, puesto que junto a los tres protagonistas de ficción ya nombrados se unen otras “personas que también aparecerán en esta obra: Tú /y yo”. Una segunda injerencia del autor ocurre apenas siete páginas después: “Dicen que mi abuelo tenía un mulo cerrero en el que salía por el campo a vender botones, hilos y dedales. Pues precisamente en este mulo de los cuentos de mi mamá, fue en lo que a Carlos el titiritero, se le antojó salir a buscar al Niño Triste”. El que así habla es el narrador, quien explica, a través de una hábil ficcionalización, un rasgo de su poética: utilizar sus recuerdos personales para hacer cabalgar a sus personajes. Ya en la página 87, cuando la trama se ve frenada por un “fallo” del autor, quien no sabe cómo sacar a su heroína Vicaria del sueño en que la ha sumido durante la representación de Blancanieves, los lectores deben aceptar que el escritor Luis Cabrera Delgado, el hombre de carne y hueso que firma el libro que tienen entre manos, entre en una trama perfectamente ficticia y nada realista para cumplir su verídica función de redactor: “Mis amigos, los más queridos, los que leyeron lo escrito hasta allí, no estuvieron de acuerdo conmigo y comenzaron a sugerirme, aconsejarme, rogarme y, por último ¡exigirme! continuar”.

En Carlos el titiritero destacan los recursos intertextuales e intergenéricos: alternan con la narración convencional diversos trozos de escritura dramatúrgica adscritos a géneros tan diversos como el drama clásico español, el teatro bufo cubano y el moderno espectáculo interactivo. Igualmente irrumpen aquí y allá elementos de nuestro folklore (el Gallo de Morón, el chucho escondido, la Gallinita Ciega) o de la tradición universal (Cenicienta, El Patito Feo y hasta Sherlock Holmes y el doctor Watson) y hasta referencias al dibujo animado y el cine.

Después de esta obra maestra Luis Cabrera tardó algún tiempo en revolucionar su propia praxis. En modo alguno estoy insinuando que sean piezas menores Raúl, su abuela y los espíritus, un divertimento a base de supersticiones criollas, o Catalina la maga, donde la realidad cotidiana de una niña es contada con chispeante humor desde la perspectiva que aportan sus poderes mágicos (esta deliciosa novelita permanece inédita en Cuba, para vergüenza de nuestros editores e injusta privación del lectorado nacional).















Por si no fuera poco, a este período pertenece Ito, la tragisórdida historia de un niño condenado al desprecio y la represión (incluida la auto represión) por no encajar en el pétreo molde del machismo criollo.

Creo que Luis trajo el manuscrito de ese libro en el floppy (aquellos flexibles disquetes de computadora, ¿se acuerdan?) con que llegó a Dinamarca, invitado a un coloquio con motivo del quinto centenario del “descubrimiento” de América. O quizás lo leí un año después, cuando pasé en Cuba dos meses y conseguí actualizarme en todo cuanto él había escrito… El caso es que nuestro país atravesaba el peor momento del Período Especial y el relato transparenta aquellas duras condiciones de vida en la amargura de la mayoría de sus personajes adultos.

Ito es uno de los libros más intensos de nuestro autor (termina con un auténtico puñetazo: en las ilusiones del protagonista, que espera iniciar una nueva vida en Secundaria, y en la esperanza del lector de recobrarse, con un happy end, de las muchas penas leídas). El lugar que corresponde a esta breve novela dentro del realismo crítico que estrenaba por entonces la narrativa infantil cubana, no ha sido suficientemente reconocido. En mi opinión es una de las obras más pertinentes, duras y al mismo tiempo poéticas, de la tendencia.

Volviendo a Raúl, su abuela y los espíritus y El aparecido de la mata de mango, nadie debe dejarse engañar por su similitud de ambiente y tono. Ambas novelas se apoyan en las supersticiones criollas, cierto. Pero si en el primer caso los “aparecidos” se insertan en la “realidad objetiva” de un relato humorístico e hiperbólico que recorre, en simbólico círculo, la zona norte de la provincia espirituana de la que es originario nuestro autor, en el segundo caso lo sobrenatural viene a poetizar el mundo, que los “normales” prejuzgamos limitado, de un “retrasado” mental.

En Pedrín, Luis había sido uno de los primeros –si no EL PRIMERO– en evocar, en un libro cubano para niños y sin enfoque conmiserativo, una discapacidad; pero lo que le falta al héroe de El aparecido de la mata de mango no es un simple brazo, sino un completo dominio de su raciocinio.
Es en Raúl… y en El aparecido… que lo cubano adquiere “su punto” en la narrativa de Luis Cabrera Delgado. Como destaca Elena Yedra en “Raúl, los espíritus y el encuentro de una identidad”, uno de los artículos del dossier dedicado a nuestro autor por la revista En julio como en enero (número 14, diciembre de 2002):

la tonalidad cómico-humorística de la novela contribuye a la representación literaria de diversas aristas de la identidad cultural cubana, al mismo tiempo que la integra, porque este humorismo no es neutro: se involucra y solapa con la esencia misma de lo fantástico, y así en la función acentuadamente lúdicra del relato, y como va silueteando un imaginario, las situaciones, el habla, desde el mismo nivel de la enunciación.

Por si no he sido suficientemente claro, quiero precisar que lo que veo en los libros “cabrerianos” (¡vaya neologismo!) de la segunda mitad de los 90, es que lo novedoso se mide en un nivel más cuantitativo que cualitativo. Sin romper totalmente con lo logrado hasta entonces, nuestro autor explora ángulos y asuntos; pero con la contención del atleta que trata de hacer un buen tiempo en la carrera de impulso para un salto largo que es el que va a darle su medalla olímpica.

Ese salto sin par es ¿Dónde está la Princesa?, el libro más importante, más trascendente y más comprometido de Luis Cabrera Delgado; un libro que habla de la muerte, de la enfermedad, de la soledad… y de la esperanza.

Algunos libros infantiles cubanos ya habían abordado el tema de la muerte. Nersys Felipe lo hizo con mucho talento en su primer libro; pero en Cuentos de Guane, como en Román Elé, se trata de la muerte de un anciano –cosa natural y que todos, infantes incluidos, sabemos inevitable. Sin embargo en ¿Dónde está la Princesa? asistimos, paso a paso, a la escalofriante danza de la muerte en torno a un niño.
La ronda es mortal y lo sabemos. Si el estilo de la narración no bastara para convencernos del fatal destino de Germancito, la trama lo ratifica con cada una de sus visitas al Séptimo Cielo (en compañía de Bamboleo), La Nada (con Medellín), El Paraíso (junto a Vida Triste), y el penoso recorrido de la Vía de la Purificación (acompañando a Le Monde). En ninguna de esas representaciones del no-lugar que cierra el libro de la vida, el pequeño protagonista es aceptado. Está compliendo un katábasis (viaje iniciático al reino de la muerte) y solo cuando también su padre fallece, se entreabre la puerta para que Germancito complete su ciclo y pueda reunirse con la Princesa.

Este libro fue concebido en una época en que todavía no existían la triterapia, y demás medicamentos y tratamientos que están permitiendo vivir casi normalmente a los portadores del virus del SIDA. La situación ha cambiado radicalmente (al menos en los países que disponen de los medios necesarios) sin que ¿Dónde está la Princesa? haya perdido su vigencia. Es que las obras de auténtica literatura jamás dependen enteramente de las cambiantes circunstancias que llamamos “objetivas” y, como me ha confiado el autor, su intención era reflexionar, con el SIDA como telón de fondo, sobre las filosofías de la muerte.

En todo caso, estamos ante un libro sobre la muerte deseada –sin el menor regodeo escatológico– por el más sensible e inocente de los individuos: un niño que ha perdido a su madre y está dispuesto a todo por reunirse con ella. Un libro sobre “la muerte amiga” (Martí dixit) que libera de la verdadera enemiga que es –sugiere Cabrera, filósofo– la soledad.

Por todo esto estimo que, pese a su tragicidad, ¿Dónde está la Princesa? es un libro sobre la esperanza.

A continuación, nuestro ya prolífico narrador da un giro de 180º y crea uno de sus libros más chispeantes: Vino tinto y perejil, obra galardonada en 1999 con el Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara y publicada por Ediciones Capiro en 2002, que descubrí en su versión ampliada: Maritrini quiere ser escritora, publicado por Alfaguara en Chile, cuando compartí con su autor la Feria del libro de Santiago. Esta una de las novelas más hilarantes de Luis: habilísima combinación de costumbrismo contemporáneo, visión crítica de la familia, humor desopilante, reflexión sobre la literatura, burla de la cultura de masas y parodia de los libros basados en textos no literarios como las recetas de cocina.

Al resumirla en su reseña para el boletín electrónico madrileño Encuentro.com (30 de junio 2003), Carlos Espinosa Domínguez subraya la ironía que domina la novela sin perdonar siquiera a la propia literatura infantil:

Su prima Elena, que estudia en la universidad y es la única persona a quien se lo ha dicho, le sugirió que escribiese un libro para niños. Pero Maritrini, con muchísima pena, descartó la idea por co

nsiderar que no es la más acertada. Su argumento es muy juicioso: "¿Cuándo has oído hablar de un escritor de libros para niños que sea famoso? Bueno… los de antes, pero esos ya están muertos". Así que como las autoras más famosas publican libros de recetas de cocina (ahí tienen a la mexicana Laura Esquivel, cuya novela Como agua para chocolate se vendió como rosquillas...

Maritrini decide utilizar las recetas de su abuela paterna, recetas tan disparatadas como parece ser la propia señora. Esta, por cierto, es el único personaje positivo de la familia, pero como no se patentiza en el relato ¿debemos dudar de su existencia? Es que los otros son una partida de inútiles, frustrados, rústicos, retrógrados y amargados. La punzante comicidad que caracteriza este libro tiene su “colmo” al final, cuando la protagonista-narradora, que ya sabemos bastante mitómana y algo inescrupulosa, se autocensura declarando al lector que todo cuanto ha contado de su burdo entorno familiar es mentira; que su madre, su padre, su abuela materna, su hermano... son dechados de virtud. Por supuesto, no la creemos; nos han resultado demasiado convincentes sus confesiones… y esa familia se parece a tanta gentecilla que tenemos la mala suerte de frecuentar.

En los últimos 20 años, Luis Cabrera y yo hemos seguido intercambiando proyectos, manuscritos y libros ya publicados. He tenido el placer de leerle en todas las ciudades donde he residido desde entonces: Río de Janeiro, Copenhague, París, Buenos Aires, Bilbao, Munich... Nos ha unido el correo y, desde hace una década, Internet. Pero también en carne y hueso nos hemos encontrado en Dinamarca, Francia, Brasil, Chile… y en Cuba, por supuesto, donde hemos hecho trueque de textos en proceso de añejado y o recién descorchados, tanto de narrativa como de reflexión; puesto que como sabes, informado lector, estamos hablando de un inspirado creador de ficciones y piezas teatrales, pero también de un curioso investigador y atrevido teorizador de la literatura infantil.

Los libros de Cabrera le han seguido, precedido o acompañado a Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, México… Por no hablar de países donde ha estado y (todavía) no le han publicado, como Bolivia, España, Estados Unidos, Venezuela, Noruega y Suiza, o lugares donde por el momento solo se ha traducido –en aperitivo seductor– algún cuento o artículo: Rusia, Austria, Suecia, Italia... Este deambular y esa inquietud por conocer mundo, han terminado por reencarnar en libros de escenario múltiple como Vueltas de vidas revueltas (un auténtico thriller geográfico), Los caballos de Miguel (otra vertiginosa vuelta al mundo, que demuestra que este no es, finalmente, más grande que un buen corazón) o “El maravilloso viaje de Soneb, el príncipe egipcio”, novela aún inédita que narra el extraordinario deambular de un faraónico personaje por los más insospechados rincones de nuestro planeta... y por sus más variadas épocas.

La obra más reciente de Luis Cabrera, El secreto del pabellón hexagonal la leí dos veces, siempre en París. Primero fue en el excesivo manuscrito que repartí entre la pantalla de mi computadora y hojas impresas –por ambas caras, porque soy tan ecológico como algunos personajes de la novela– y finalmente en la flamante edición de Gente Nueva.

El título (quizás el de más “gancho” que ha imaginado el paladín de este prólogo) ampara con sabia ambigüedad una historia cubanísima que, sin embargo, no podemos situar en una época presente, pasada o futura, sino en una dimensión paralela, a la vez presente-pasada-futura donde hay un Parque del Burro Perico, un Capitolio y un pueblo llamado Jarahueca que reconocemos a la vez que experimentamos la sensación de descubrir. Es que el tiempo es el verdadero protagonista de esta novela (donde también se viaja un poco, no se crean).

Una vez más, el bardo de Jarahueca (permítanme el picuísmo puesto que en torno a esa localidad, debidamente poetizada, se ubica lo central y enigmático de la trama) se atreve con un tema descuidado por la narrativa infantil cubana: la relatividad en torno a la edad, los prejuicios y estereotipos que se aplica a juventud y vejez, la verdad sobre la nunca hallada –porque nunca perdida– Fuente de la Eterna Juventud…

Aunque te resistas a creerlo, incrédulo lector, Luis nos ha escrito una juvenil novela de aventuras protagonizada por jubilados, sesentones y otros “ocambos”, y lleva su osadía a introducir como único personaje con menos de 30 años a un mocetón de pocas luces (¿será el Minguito de El aparecido de la mata de mango, que ha crecido y ahora todos llaman por su verdadero nombre, Alirio?). Hablando de nombres, nuestro autor recurre una vez más a su tribu familiar (recuperando también algo de las respectivas personalidades, sospecho), pero también hay patronímicos inventados por puro regodeo verbal: Paco Paz, María Micaela Bobadilla viuda de Urrutia, de Machado Rey y de Pérez Caro; Segundo Segovia, Santemos y hasta el sabio doctor José Asunción Silva, homónimo del poeta romántico colombiano en una alusión deliberadamente oscura (a Luis le complace embromar a los investigadores de su obra, dejando aquí y allá huellas falsas y juegos de perspectiva engañosos).

A estas alturas de nuestra “relación” ya sabes, sufrido lector, que soy un crítico caprichoso. A veces parece que hablo de mí y no de Luis Cabrera (será que me he contagiado de su manera de entretejer su persona y sus ficciones). El caso es que no me gusta escribir de libros que he leído recientemente. Antes sí, cuando era joven: leía hoy, escribía mañana y publicaba pasado mañana; pero con los años me he vuelto de digestión lenta. Así que no diré nada más de la más reciente entrada en la extensa bibliografía del homenajeado… salvo que gira en torno a un misterioso Instituto de Vida y que el final es digno de los Deus ex machina del teatro clásico griego.

No puedo terminar estas notas sin mentar Querida Zoelia, libro que fui contratado para prologar. Diré poco, porque… no sé tú, suspicaz lector, pero yo soporto mal que me cuenten lo que me dispongo a leer, que me digan lo graciosa, apasionante, instructiva o pulcramente escrita que es la obra que aún no caté; como si yo no pudiera percatarme solito. Si no me doy cuenta de los valores “bocineados” por el prologuista es porque no son tan cabales, y tampoco voy a verlos porque un señor, licenciado, doctor, o mondo lirondo jure y perjure que ahí están, visibles como una oveja blanca en medio de un rebaño de dromedarios colorados.

Querida Zoelia es un libro epistolar. Pero son cartas ficticias... destinadas a una persona real, de carne y hueso, que será la primera en recibir un ejemplar dedicado por su muy atento redactor. O sea que los sesudos amigos de diarios, memorias (Luis todavía tiene mucha vida que patear antes de pensar en escribir estas últimas) y compilaciones de correspondencia (con tanto detalle verídico como, a menudo, aburrido o indescifrable) se han equivocado de libro. Me arriesgo a decirlo porque a estas alturas no puedes, si es tu caso, devolver este ejemplar a la librería. De hecho, sería una estupidez, puesto que el supuesto cliente devolvente (no tan clarividente como tú, que me seguirás hasta el final, oh resignado lector) se perdería una revisión de algunos de los momentos más pintorescos del Período Especial (véanse las fechas de las cartas, que corresponden a las del real intercambio de misivas entre el verdadero Luis y la auténtica Zoelia).

En fin que, una vez más, nuestro escritor mezcla ingeniosamente realidad y fantasía, pero aquí no se incluye él, ser real, en una historia salida de su imaginación, sino que rellena con sus mejores delirios unas cartas que recogen bastante de su auténtico accionar en aquellos años.

Querida Zoelia no es literatura infantil, aunque cualquier niño grande también puede disfrutarlo (la proposición inversa es válida para todo adulto, que tiene mucho que disfrutar en los libros específicamente infantiles de mi talentoso prologado). Estamos ante un libro de humor, un libro costumbrista como aquellos que tan bien sabían escribir los acuarelistas de la realidad criolla en el siglo XIX; pero rabiosamente moderno.

Mucho de lo que he escrito en este prólogo, que al fin acaba, también vale para Querida Zoelia. Si conoces, cultísimo lector, los títulos arriba comentados, el presente coronará tus Lecturas Completas de nuestro infatigable autor. Si en cambio, esta es la primera vez que te pones bajo los ojos la prosa “cabreriana” (no iba a privarme de repetir este exclusivo adjetivo), te garantizo que no podías haber caído mejor… Eso sí: sigue, no pares hasta completar tu conocimiento del egregio “jarahuequense” (otra jerigonza; me estoy poniendo pedante y más vale que me calle de una vez).

Gracias por la paciencia,

                                                                           
                                                                                  Joel Franz Rosell

1 JOEL FRANZ ROSELL: “El patio de mi casa es particular: Aproximaciones al paisaje en la narrativa infantil cubana”, Lazarillo, (10): Madrid, otoño 2003. y http://artedfactus.wordpress.com/2008/09/18/el-patio-de-mi-casa-es-paticular/
2 AIMÉE GONZÁLEZ BOLAÑOS: “Tres textos fantásticos de Luis Cabrera Delgado: ¿la imaginación muere o despierta?”, La literatura infantil cubana ante el espejo (selección de comunicaciones presentadas en el Encuentro Nacional de Crítica e Investigación de Literatura Infantil de Sancti Spíritus), Ediciones Luminaria, Sancti Spíritus, 1998, p. 75.

14/4/11

Mis cinco libros en euskera y en el País Vasco

En en verano de 2005 inicié una serie de cortas estancias, por razones estrictamente personales, en Bilbao. Durante la primera visité al escritor Seve Calleja, a quien había conocido diez años antes en el congreso de la IBBY en Sevilla (¿o fue después, en 2001, en el Congreso Hispano-Luso de Literatura Infantil de Santaigo de Compostela?). Con la enorme generosidad que lo caracteriza, Seve me presentó a uno de sus editores, Joseba Landa, de Desclée, quien unas semanas más tarde me comunicaba su decisión de publicar mi volumen de cuentos ecológicos La lechuza me contó. Escrito a principios de los años ochenta (a partir de “La gran rosa blanca”, mi primer premio literario nacional, en 1979) fue ése mi segundo libro publicado, en 1987, en Santiago de Cuba, con interesantes ilustraciones del también pintor Vicente Rodríguez Bonachea. Yo había corregido y aumentado esa obra para la edición mexicana, definitiva, de 2004.

Lo de definitivo resultó no serlo tanto, puesto que decidí realizar yo mismo las ilustraciones para la edición en euskera (nombre que los vascos dan a su lengua). El caso es que no me entusiasmaron los ilustradores que vi en otros libros de Desclée, y las ilustraciones de Bonachea eran irrecuperables (en los años 80, las imprentas cubanas solían estropear o perder los originales que les entregaban para su reproducción, de por si deficiente); eso aparte de que ya no correspondían a la integridad de mi texto. Por su parte, las sin duda bonitas ilustraciones de Fabiola Graullera para la edición mexicana (Pogreso) habían descartado, en mi opinión, ciertas aristas de mi discurso.
En realidad, hacía algún tiempo que yo deseaba expresarme no solo a través de las palabras sino también de las imágenes que acompañan todo libro infantil. No me proponía, ni me propongo, ilustrar yo mismo todos mis libros sino solo aquellos en los que siento que puedo decir algo especial... y cuando el editor no me propone un artista de seductor talento.
Ese deseo de ilustrar me sorprendió en un Salón del libro en Francia (no recuerdo si el de Cherburgo o el de Le Mans) cuando compartí mesa con el famoso ilustrador e historietista Christophe Blain. Yo dedicaba en 30 segundos cada ejemplar de los tres títulos que entonces tenía en francés. Blain, por su parte,  necesitaba varios minutos para estampar en cada primera página un dibujo original, regalo para sus lectores (¿o debo decir fans?). Siempre había media docena de personas esperando por sus dedicatorias, mientras que yo, en mejor de los casos, tenía una o dos esperando. Viendo mi cara de aburrimiento, Blain me susurró: “¡Demórate!”. Pero por mucho que cuidé mi caligrafía, ninguna de mis dedicatorias consumía tanto tiempo como un dibujo, incluso realizado rápidamente.
Pero no debo dejar la impresión de una motivación superficial en mi corta carrera de ilustrador. Lo cierto es que yo siempre dibujé “para mí” y hasta para otros. Mi primera publicación, a los 19 años, fue un dibujo humorístico en el suplemento humorístico Melaíto, de la entonces provincia cubana de Las Villas. Posteriormente hice otros dibujos para el boletín de la sala infantil-juvenil de la biblioteca provincial, que durante más de 20 años utilizó uno de ellos como logo.

Muchos años más tarde, puse algunos “dibujitos” en un par de plaquetes publicadas en los linderos de mi colaboración con ALIJA, la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil (sección nacional de la IBBY) de Argentina. Pero fue en 2005, unos meses antes de mi primera visita a Bilbao, mientras estaba becado en la Biblioteca Internacional de la Juventud, en Munich, Alemania, que me compré un cuaderno de dibujo y lo llené de garabatos.
Eran todavía dibujos de aficionado los tres primeros que propuse a mi futuro editor a fines de aquel año, y éste respondió, con diplomacia bilbaína: “No me disgustaron”.
Estaba claro que no le habían gustado en absoluto, y volví a empezar: con mejores materiales y técnica completamente diferente. Tres meses después, al acusar recibo de la segunda propuesta, Joseba me respondió: “¡Pues yo no sabía que dibujabas tan bien!”...Y esta vez no creo que fuese mera cortesía bilbaína.



Desde entonces he ilustrado cinco libros: tres publicados en euskera y dos que permanecen inéditos (como si la fórmula mágica para la publicación de mis dibujos estuviese escrita en esa antigua lengua caucasiana): Hontzak kontatu zidan. (Bilbao. Desclée De Brouwer, 2006), Beste bat nahi dut ! (Bilbao. A Fortiori, 2008 y Hareazko gazteluaren kanta (Bilbao. A Fortiori, 2007); que es el único de los tres también publicado en español y en francés.
 
 
Lo cierto es que si los primeros libros que publiqué en el País Vasco tenían ilustraciones mías, no todos están en lengua vasca (euskera) pues uno de ellos también se editó en castellano. Y este año salió el primer álbum de la serie Gatito (Gatito y el balón), que en euskera Kalandraka coedita con Pamiela como Katutxo eta baloia.  Y dentro de poco, estará en las librerías el segundo volumen de la serie

Mi último trabajo de ilustración es el único que me complace totalmente (¿porque es el más reciente y ya tendré tiempo de encontrarle defectos...?), pero su aparición demora y demora por las dificultades de la crisis famosa... Entre tanto, hice por primera vez ilustraciones en blanco y negro    para el público adolescente de la edición cubana de La leyenda de Taita Osongo (Ediciones Capiro. Santa Clara, 2010).
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Pero esa es ya otra historia...

26/3/11

En el Gran Diccionario de autores latinoamericanos de literatura infantil figuran las siguientes consideraciones sobre mi trabajo

Los cuentos del mago y el mago del cuento. Madrid: Ediciones de la Torre, 1995 (traducción al portugués de Laura Sandroni. Sao Paulo: Editora Moderna, 1991).

Libro integrado por los cuentos: “¡Socorro, se hunde la casa!” “Había una vez un joven mago”, “La familia espantapájaros”, “Sueños”, “Castillos van, castillos vienen”, “Historia musical”, “Así comenzaron las aventuras de Rosa de los Vientos y Perico el de los Palotes”, “La fotógrafa”, “Calabaza, calabaza”, “El paraguas amarillo” y “Colorín, colorado, este cuento...”. El conjunto marca una ruptura respecto de sus libros anteriores, mediante la presencia, común al conjunto, de temáticas de universal humanismo, comunicadas a través de una prosa de depurada elaboración, poseedora de ostensible riqueza simbólica, que logra momentos de intenso y, a la vez, sobrio lirismo. El primero de los cuentos sobresale por su agudo humor, rasgo que se repite, en clave poética, en el antológico “La familia espantapájaros”. Otras historias, como “La fotógrafa” y “El paraguas amarillo”, también destacan por su poesía, al tiempo que narran argumentos de sólida estructura.

Las aventuras de Rosa de los Vientos y Juan de los Palotes. Santa Clara (Cuba): Capiro, 1996 (2ª ed., Las aventuras de Rosa de los Vientos y Perico el de los Palotes. Madrid: Grijalbo-Mondadori, 1996; 3ª ed., Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes. Buenos Aires: Alfaguara, 2004).

Rosa y Juan viven en el diminuto País Reino Pueblo, que ha perdido valiosos territorios ante la voracidad de su poderoso vecino el Gran Imperio Ote. La joven pareja emprende un viaje en su casa-papalote durante el cual vivirán disímiles aventuras, entre las que sobresale la solución a los misteriosos fenómenos que trastornaban la vida en el gigantesco imperio enemigo. El sorprendente y bien resuelto final, que juega con la multiplicidad del tiempo, abre nuevas posibilidades a la acción y estimula la imaginación del lector. Esta novela breve se destaca por su dimensión simbólica, que la conecta de modo implícito con serios conflictos de la contemporaneidad; por su frecuente humor y por la ingeniosidad verbal.

Vuela, Ertico, vuela. Madrid: SM, 1997

Ertico es un niño común y corriente, que no se destaca en la escuela ni tiene amigos. Como sufre por su soledad acude a su abuela, que vive en un modesto apartamento del centro de la ciudad y posee dones extraordinarios. Gracias a ella Ertico goza de sucesivos períodos de popular aceptación como cantante, futbolista y primer alumno de la clase, aunque pronto todo vuelve a ser como al principio. Entonces la abuela reteje la alfombra que había utilizado en los otros objetos mágicos y ocurren cosas que cambian definitivamente la vida del pequeño. Las sintéticas y muy imaginativas descripciones, la movida acción, los expresivos diálogos, la universalidad de las situaciones y de los mensajes, hacen de ésta una de las más logradas obras del autor.

El pájaro libro. Madrid: SM, 2002.

Cuento publicado en forma de libro-álbum en el que se narran las aventuras de un libro que escapa de la soledad y el abandono de la biblioteca y termina posado en un árbol de la ciudad donde cuenta sus historias a un auditorio ávido de todo lo imaginativo y lo hermoso que trasmiten las palabras. Es una celebración de la lectura y de la comunicación entre los seres humanos, mediante una prosa ágil, colorida y expresiva.

Pájaros en la cabeza: Sevilla: Kalandraka, 2004.

Un rey singular por su amor a lo natural y sencillo, metaforizado en su amistad con los pájaros, llega casi al punto de tomar, inducido por las intrigas de sus tres ministros, decisiones ambiciosas y agresivas. Enterado por sí mismo de la maquinación de sus servidores, logra que los pájaros les llenen también a ellos tres la cabeza de trinos y aleteos, y olviden sus malas intenciones. El mensaje ecológico y pacifista en torno a la belleza como la mejor medicina para el espíritu, se transparenta desde el atractivo mismo de la trama de este cuento, representativo de la línea creativa de más felices resultado en la obra del autor.

Comentario crítico (general)

Joel Franz Rosell realiza aportes sustanciales a la literatura infantil y juvenil en dos vertientes: como teórico, investigador y crítico, y como narrador. En la primera de ellas sobresale por un conocimiento enciclopédico de procesos creativos, autores y obras; por un pensamiento transgresor y coherente en torno a cuestiones clave como la naturaleza y funciones de la escritura para niños y adolescentes, sus relaciones con la institución escolar, entre otros aspectos polémicos; por su enjuiciamiento certero de méritos y desaciertos en obras concretas (ver La literatura infantil. Un oficio de centauros y sirenas. Buenos Aires: Lugar Editorial, 2001). En la segunda vertiente se aprecia un notorio crecimiento de la capacidad fabuladora y de los recursos del estilo, ostensible a partir de las obras del decenio de los noventa.
El tratamiento de asuntos de dimensión universal y validez externa, contextualizados en la realidad contemporánea, con un espacio cada vez mayor para el símbolo y la metáfora como elementos estructuradores de la narración; la riqueza de matices semánticos y de tonos; la ecuménica perspectiva humanista; la depuración y funcionalidad de una prosa que transmite, sin localismo, la riqueza vital de seres y objetos, hacen de sus libros uno de los conjuntos más trascendentes de la literatura cubana para niños en las últimas décadas.

Notas elaboradas por el doctor Ramón Luis Herrera (crítico y poeta cubano)


Gran Diccionario de autores de literatura infantil latinoamericana. Varios autores, bajo la coordinación de Jaime García Padrino. Madrid: Fundación SM, 2010; páginas 792-794.

5/11/10

confieso que he leído (también) a Laura Devetach

Laura Devetach recibe en estos días el Premio Iberoamericano de Literatura Infantil y Juvenil, con que la Fundación SM distingue, por el conjunto de su obra, a los más destacados autores de España y América Latina.
Conocí a Laura Devetach durante mi estancia en Argentina (2000-2004), pero nuestro primer encuentro tuvo lugar en 1975, en las páginas de su libro Monigote en la arena, publicado en Cuba tras obtener el prestigioso premio Casa de las Américas, en su primera convocatoria de literatura infantil.
Aunque he leído muchos otros de sus libros, solo he escrito sobre La plaza del piolín, una novela que me impresionó particularmente por la forma tan ingeniosa en que la prestigiosa autora entreteje su concepción de la literatura con una historia humana y socialmente comprometida. Tres elementos que, junto con el dominio del lenguaje y una poderosa imaginación, son característicos de su obra.

La plaza del piolín, de Laura Devetach
Buenos Aires, Alfaguara, 1993, il.: Nancy Fiorini.
Desde 10 años


La plaza del piolín es un libro inclasificable; está formado por una pluralidad de materiales literarios (viñeta poética, cuento, crónica social o costumbrista, sucedido, receta de cocina, algún poema) y vivenciales (recuerdos de una infancia provinciana, modos de vida y de gastronomía típicamente argentinos, trozos de la cotidianidad de un barrio popular porteño, reflexiones sobre la literatura, algún sueño), además de algunos juegos de palabras y piruetas de la imaginación... todo enhebrado como la pelota de piolines de Cecilia, una de las niñas protagonistas.
La historia arranca con la llegada y descubrimiento de Buenos Aires por una familia “pajuerana” (de fuera de la capital federal), que emigra en busca de trabajo y se instala en un barrio popular, en el mismo edificio donde vive la escritora (que resulta originaria de la misma ciudad, Reconquista, lo que establece una primera complicidad). Entre otras anécdotas, hay algunas situaciones graciosas en torno al choque cultural, pero lejos de burlarse de los provincianos, la autora lo que se propone es ampliar la visión de sus lectores (probablemente porteños en su mayoría), quienes pueden así tener otra perspectiva de su espacio cotidiano y recibir una implícita lección de respeto hacia realidades y valores diferentes.
Si bien los personajes de sectores socio-económicos desfavorecidos no son demasiado raros en la narrativa infantil argentina contemporánea, no es tampoco frecuente que la vida cotidiana de niños pobres sea representada con ese respeto a su individualidad que evita la reducción a típicos representantes de su clase. Al mismo tiempo, la autora enfoca con lucidez los problemas de la pobreza (la emigración económica desde el interior, la precariedad o ausencia de domicilio, la ignorancia) e incluso hace alguna propuesta de resistencia (la recuperación de la plaza y la reacción de los vecinos al inmovibilismo burocrático de la administración local). Estos temas, muy bien integrados a la trama, alternan además con viñetas costumbristas, poemas que no temen al non sense o con texto tan ingenioso e hilarante como “Catástrofes”, en que dos versiones de un mismo hecho se presentan en narraciones paralelas: la “objetiva” (un perro atacado de pulgas) y la imaginativa (la percepción que tienen las pulgas de los esfuerzos que hace el can por librarse de ellas). Por otra parte, todo lo que compone la vida del niño común (mayoritariamente tratado en la narrativa para chicos como si fuera exclusivo de la clase media) está presentado con esa sobriedad, poesía e inteligencia que son características de Laura Devetach: amistad, incipiente amor, coquetería, aburrimiento, conflictos generacionales y entre varones y mujeres, problemas escolares...
La plaza del piolín tiene un segundo centro ideotemático, que es el que le da coherencia y estructura: el personaje de la escritora (que narra en primera persona) está tratando de escribir un libro. Un libro que se presenta difícil y cuyo método composicional le resulta revelado por Cecilia y su pelota de piolines de todas clases y procedencias. El libro que escribe el personaje y el que leemos es el mismo, formado por trozos enhebrados de la vida de Cecilia, su hermana, sus amigos, su familia y sus vecinos, y de recuerdos y realidad de la propia escritora-personaje, que comparte las preocupaciones y gustos de los chicos y grandes del edificio y el barrio, mientras trata de terminar su libro.
Al principio, asistimos a una discusión doméstica en que el padre de Cecilia, Eusebio, se opone a que la pequeña comience la escuela: “Amanda contestó con otras palabrotas. Después, cansada, se sentó y dijo con firmeza: -¡Abrite la cabeza o perdiste, Eusebio! Lo que va a pasar aquí es que todas vamos a saber leer menos vos, eso va a pasar!”. El final de la obra es una fiesta con la plaza adornada por textos escritos por los niños del barrio y colgados de los famosos piolines de Cecilia, quien dice a la escritora: “Vos terminaste el libro, ¿no? ¡Voy a buscar a los chicos para que lo muestres de una vez!”.

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Laura Devetach nació el 5 de octubre de 1936 en Reconquista, provincia de Santa Fe, Argentina. Licenciada en Letras Modernas de la Universidad de Córdoba, ha desarrollado una importancia labor como editora y coordinadora de talleres literarios, como docente y periodista. Co-fundadora de la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina (sección nacional de la IBBY, la Organización Internacional del Libro Infanto-juvenil). Autora de una vasta obra, coherente y ambiciosa, en el terreno de la literatura infantil (también ha escrito literatura para adultos y algunos ensayos sobre literatura infantil), goza en su país de un altísimo reconocimiento.

Joel Franz Rosell


Tomado de A través del espejo. Libros, lectura y escritura literaria en los libros infantiles y juveniles. Buenos Aires, 2004. col. Cuadernos de ALIJA, nº 1, II época.

5/8/10

confieso que he leído (1) Gloria Cecilia Díaz, Luis M. Pescetti, Paloma Sánchez

Leo mucho y a menudo comparto mis impresiones. He aquí cuatro ejemplos de libros de Gloria Cecilia Díaz (Colombia), Luis María Pescetti (Argentina), Paloma Sánchez (España) y Dora Alonso (Cuba).

"SOL DE GLORIA "

El sol de los venados

Gloria Cecilia Díaz.
Madrid. Ediciones SM (col. El Barco de Vapor, serie Roja)
primera edición 1993.
Novela
125 páginas.


El sol de los venados suscita en muchos de sus lectores una pregunta que podría calificarse de malsana: ¿Hasta donde va en este libro la biografía de Gloria Cecilia Díaz?

Resulta fácil comprobar que ante una narración en primera persona el lector medio tiende a identificar el yo narrativo con la voz del autor. Pero si es cierto que, como reconoce la propia Gloria Cecilia Díaz, toda obra literaria es autobiográfica, no menos seguro resulta el hecho de que una novela es ante todo creación.

El punto de vista, como otros instrumentos, métodos y materiales de la novela, resulta de una decisión del autor, no por menos consciente más impremeditada. La narración en primera persona no se apoya necesariamente en una relación directa con la fuente principal de inspiración, aun cuando esta realidad sea conocida de cerca por el escritor.

En otras palabras: siempre que se trate de una obra de ficción, lo que importa no es lo que hay en ella de verdadero, sino la coherencia del mundo que ha creado el autor no sólo con personajes y acontecimientos, ideas implícitas y explícitas, sino con el ritmo, timbre y tensión que sugieren los ingredientes formales que definen su estilo.

Gloria Cecilia escoge como personaje narrador a una niña que se siente algo insegura en su abundante pandilla de hermanos y que busca su lugar en el mundo. Con toda franqueza Jana nos confía su admiración por Tatá, hermana mayor y alumna brillante, y por Ismael, que es el personaje heraldo, detentor de la verdad (y el que menos me convence, por lo mismo); la niña narradora revela igualmente su amor por su madre, sus sentimientos encontrados respecto a los adultos, su fragilidad física y sus dificultades escolares.

Si la creación de este personaje puede estar sustentada en elementos vivenciales, su elección como portador de la narración responde a una necesidad técnica. Salvo cuando se premedita la interiorización o subjetivación de la perspectiva, los héroes no resultan buenos personajes narradores (como en la vida, donde vivir y contar se reparte casi siempre entre miembros distintos del elenco). Lo más frecuente es que los escritores escojan un testigo, un segundón o un antihéroe, puesto que lo necesitan para que cuente, para que observe, incluso para que juzgue. En El sol de los venados la indefensión del personaje narrador incremente la identificación de los lectores con él (ella), pues los chicos suelen sentirse en posición de debilidad en un mundo dominado por el adulto y regido por leyes que no conocen, cuyo aprendizaje es exigente y a menudo doloroso.

A través de los ojos de Jana, y a través de su corazón porque se trata de una novela de sentimientos (atención: no he dicho sentimental), el lector descubre estampas de su vida, del devenir de su familia y del pueblo en que reside. Resulta reconocible la Colombia andina de hace unos treinta años, con sus desigualdades económicas, su machismo, su violencia política, su retraso tecnológico, su rutina semirrural. Esto no significa que haya tipo alguno de "denuncismo"; como saldo queda un mundo perfectible, pero querido.

Es a través de la perspectiva de la niña narradora que se sostiene el único mensaje algo insistente del libro: un rechazo a la desigualdad entre grandes y chicos. El asunto no es abordado esquemáticamente, puesto que Jana no perdona ni a sus seres más queridos y no se limita al choque entre adultos y niños: "Me senté en un rincón de la sala. Papá estaba allí leyendo el periódico. Ni siquiera me preguntó lo que me pasaba. Mamá tampoco, como siempre estaba ocupada con los más chiquitos. No tenía a quién decirle que estaba triste. Tatá lo sabía, pero como yo soy más pequeña, no me hace mucho caso" (p. 63).

La narración abarca aproximadamente dos años (entre los 9 y los 11 de edad de Jana) y está básicamente estructurada al modo de una novela de crecimiento, aunque en los capítulos iniciales hay una intemporalidad intencional (consecuente con la vaga noción que del tiempo tienen los niños). Nótese como al principio la narradora utiliza el presente de indicativo y sólo paulatinamente pasa al pretérito simple con incursiones específicas en el imperfecto. No es sino a mediados de la novela que la secuencia se hace decididamente lineal y avanza en un crescendo dramático que culminará con la muerte de la madre, la disputa entre el padre y la abuela, y la reorganización de la familia en torno a la figura, deliberadamente poco esbozada, de Fanny.

He utilizado arriba el término capítulo, pero en realidad las unidades que componen la novela son una mezcla de cuento, página de diario, estampa o anécdota, generalmente introducida por frases como: "una noche llegó el abuelo", "al atardecer, cuando el sol comienza a ponerse rojo" o "el sábado pasado fuimos al río". Casi siempre, estas unidades narrativas resultan desencadenadas por el retrato de uno de esos personajes secundarios, tan fuertes y entrañables, que sazonan la obra, aún cuando el tema que se desarrolle a continuación no tenga al personaje del caso por protagonista. Véanse, por ejemplo las páginas 22-24, introducidas por "Pacheco, mi padrino..." y que terminan por relatar la anécdota de la tentativa de hurto a la dulcera ciega. En esta ocasión se dice poco de Pacheco, quien volverá más adelante para justificar el importante papel que le corresponde en el mundo afectivo de la narradora.

Para mí, los personajes son el punto fuerte de esta novela. Incluso los menos importantes poseen un color intenso e inolvidable, aun cuando su dibujo sea un tanto difuso. Me atrevería a decir que la técnica de Gloria Cecilia es impresionista -entiéndase en el sentido pictórico- y por ello mismo el otro rasgo sobresaliente del libro es la atmósfera, lograda con un mínimo de recursos. Los personajes secundarios aparecen y se van, vuelven o son evocados dejando ver un ángulo antes no precisado. Entre ellos destacaría a la abuela; una abuela no tradicional puesto que está divorciada, fuma, es coqueta...

El sol de los venados es una novela sorprendentemente madura en autora tan joven (fue su segundo premio Barco de Vapor en 1992). Su estilo es depurado, de frases sencillas y certeras, con diálogos excelentes, y muy bien situados momentos poéticos, dramáticos y cómicos. Hay maestría para crear, a veces con una simple oración, una atmósfera o una situación intensa, como cuando se sugiere el desamparo de los huérfanos con solo decir: "Nena juega por ahí, solita y callada" (p. 119).

Probablemente uno de los elementos que más acercan a Jana y a Gloria Cecilia Díaz es su común pasión por la literatura. Los lectores no quedarán indiferentes ante la "predicción" hecha por varios personajes de que la protagonista será escritora. Por otra parte, la novela ofrece claves de una formación literaria que los lectores estarán en situación de compartir; sean los cuentos de miedo que narra el abuelo o las lecturas de Jana: poemas escolares, narraciones de Andersen, Alicia en el País de las Maravillas, Corazón, Las aventuras de Huckleberry Finn, El principito. A estas "fuentes directas" se suman la fascinación que ejerce el descubrimiento de un poeta de carne y hueso, y la "lectura" que hace Jana del paisaje y de la vida misma. Estos dos elementos vienen a juntarse en el último párrafo del libro, tan prometedor y balsámico como un horizonte:

le pedí a Ismael que fuera a buscar el libro de poemas del escritor que había sido amigo de su papá. Nos sentamos a leerlo en la acera mientras, arriba, el cielo empezaba su danza del fuego (p.125).

Casi tópica es la afirmación de que para escribir literatura infantil se requiere la capacidad de revivir el niño que uno fue o conservar un alma de niño. Es probable que al referirse a la obra que nos ocupa, muchos hayan evocado esta idea. Personalmente, la fórmula me irrita por su empirismo reductor, ya que suele presentársela como única y esencial, echando de lado la enorme complejidad de la literatura (la infantil como la otra) y el enorme trabajo de formación necesario para hacer de cualquier persona sensible un escritor. Para escribir El sol de los venados no basta con haber sido una Jana, hay que haber recorrido además el camino vital y profesional, lleno de riesgos y sacrificios, de Gloria Cecilia Díaz.



Publicado en la Revista Latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil, nº 3. Bogotá, enero-junio de 1996.


  
"FRIN: VIDA, PASION... ¡Y SUERTE!"

Frin

Texto de Luis María Pescetti. Ilustraciones: 0'Kif
Alfaguara. Buenos Aires, 2000
(Serie naranja: lectores desde 10 años)
Novela.

Frin cuenta la vida de un chico. En verdad, unas pocas semanas de la vida de un chico, pero son de esas en las que –como nos ha pasado a todos- la vida revienta sus márgenes de rentabilidad y acumula un montón de experiencias, haciéndonos madurar de golpe, quemar etapas. A Frin le pasa de todo en las 203 páginas de esta deliciosa novela del escritor argentino Luis María Pescetti: sufre el hostigamiento de su profesor de educación física y reinventa la resistencia pacífica, asume su incompetencia deportiva y descubre su competencia literaria, admite su cobardía frente al abuso físico, pero demuestra valor y tenacidad frente a la violencia psicológica y la injusticia, se percata de que hay madres violentas y padres que abandonan el hogar, se da cuenta de las diferencias económicas, comienza a trabajar (a tiempo parcial, en una librería del barrio) y participa en una huelga. Pero sobre todo, Frin vive, sufre y goza la dicha y la tortura del amor, pasando por la incertidumbre, los celos, la vergüenza... hasta alcanzar esa maravillosa inflamación luminosa del alma que es la felicidad.

Pescetti ya ha demostrado en otros libros el conocimiento que tiene de las formas de actuar y expresarse de los pre-adolescentes, su dominio de la lengua coloquial y su capacidad para captar y expresar en pocas palabras la esencia del ser humano. Notable creador de personajes, aquí se destacan el propio Frin, Alma (la chica de la que está enamorado), Arno (el adorable fracasado), el cambiante y sin embargo estable Lynko... A esta magnífica galería de chicos, se unen varios adultos excelentemente trazados como la violenta madre de Arno, el energúmeno profesor de gimnasia, el antológico abuelo de Alma y la deliciosa loca servicial de doña Rosa.

La historia avanza serena y ágil, a base de anécdotas de la vida escolar y el siempre arduo aprendizaje del amor. Al mismo tiempo que el protagonista madura, el escenario va rebasando sus iniciales límites escolar-hogareños y abarca otros hogares, la calle, las afueras del pueblo y hasta un pueblo vecino. Frin viaja -a espaldas de sus padres, en una aventura que marca el fin de su niñez- al lugar a donde marcha Alma tras la separación de sus padres. Aquí el espacio ya no solo es colectivo, sino socializado de manera trascendente: el pueblo se levanta ante la amenaza de cierre del molino que emplea a la mayoría de los habitantes. De golpe, el libro rebasa los límites de una historia de crecimiento individual, de un “romance de escolares” para integrar la actualidad argentina; con sus huelgas, quemas de neumáticos y caras tapadas, con un corte de carreteras, un empresario corrupto y una televisión manipuladora.

Pescetti tiene una prolongada experiencia profesional en la radio y eso se nota en su escritura. Esto no significa que no sepa diferenciar el discurso radiofónico del discurso literario, sino todo lo contrario: que ha encontrado en la experiencia radial recursos con los cuales enriquecer, hacer más eficaz y personal su prosa narrativa.

En Frin los abundantes y eficaces diálogos participan sólidamente en la exposición de los acontecimientos y en la construcción de los personajes, disminuyendo las intervenciones del narrador. Este interviene siempre que hace falta e incluso es omnisciente (no solo sabe cosas que un observador exterior no podría conocer, sino que se remota en el pasado y se proyecta al futuro, asume las suposiciones, dudas, y planes de los personajes), pero no por ello se permite aparecer cuando es prescindible (eso se llama oficio). Otro rasgo estilístico singular –al punto de convertirse en todo un estilema pescettiano, es la omisión de acotaciones. Raramente leemos cosas como “dijo Frin” o “pensó Alma”. Pescetti prefiere colocar entre paréntesis el nombre del personaje que habla, pero no como en el teatro o en los guiones radiales, sino de una manera híbrida, que trasmite eficazmente las circunstancias de la situación al tiempo que escamotea la carga de convencionalidad que en la narrativa habitual tienen esas intervenciones “técnicas” del narrador. A veces entre semejantes paréntesis, el narrador encierra los pensamientos o la intención de los personajes, lo que le permite obtener efectos sorprendentes o cómicos.

El narrador se funde con uno u otro personaje y desde éste, en particular desde el protagonista –pero sin llegar a narrar en primera persona- dice cosas que no resultaría verosímil o pertinente en la voz del personaje. Hacia el final, en el capítulo 26 y en el epílogo, esas confusiones deliberadas entre narrador y personaje no consiguen del todo disimular que es el propio autor el que comienza a suplantar al narrador. Estas intervenciones, sin llegar a estropear la calidad de la novela, generan una cierta presión sobre el estilo y los acontecimientos, que modifica levemente el tono del relato de la huelga y su desenlace.

Con todo, es hacia el desenlace que leemos momentos tan logrados como éste:

Frin quiso mirarla, corrió su brazo y levantó despacio su cabeza. Se dio vuelta hacia ella. Alma también quiso mirarlo. Se quedaron. Ojos muy cerca de los ojos de cascabelito lindo. Muy cerca de la nariz que está cerca de la nariz de los ojos de cascabelito cascabelito lindo. No fue que Alma se acercó, sino que algo profundo y sencillo se le aflojó adentro. Frin se inclinó hacia delante y cerró los ojos. Alma cerró os ojos y se inclinó. Frin sintió, delicadamente, los labios de Alma con sus labios. Primero Frin sintió, delicadamente, los labios de Alma con sus labios. Luego, Frin sintió a Alma con sus labios, y Alma sitió a Frin con los suyos. Y eso era un beso..

Cuando uno llega a esta página, le dan ganas de aplaudir, como en el cine. Y Pescetti ha rodeado ese exquisito momento de un discurso lírico y levemente delirante que ocupa el lugar que, si fuera cine, tendría un arrebato de orquesta romántica. En el epílogo vemos a Frin, que regresa a su pueblo en una avioneta, que por momentos le dejan pilotar. Galopa nubes, decidido a deshacer todos los entuertos que dejó pendientes a lo largo de la novela. Quién puede dudar de su determinación y de su fuerza: regresa de su primera batalla de amor y ese triunfo hace de él un Quijote, un raro Quijote, joven y victorioso.


"EL CAZADOR Y LA BALLENA, HISTORIA DE DOS SOLEDADES Y UNA FELICIDAD"

El cazador y la ballena
Texto de Paloma Sánchez Ibarzábal. Ilustraciones de Ibán Barrenetxea
Oqo. Pontevedra, febrero de 2010
Album
ISBN: 978-84-9871-221-6

Si algo caracteriza este hermoso álbum escrito por Paloma Sánchez, ilustrado por Ibán Barrenetxea, es que lo construye un lenguaje poético, muy alejado de la tendencia en boga de simplificar, de « rebajar » el lenguaje, poner la historia y su instrumento musical y conceptual –la lengua- a niveles bajos, como si el lector modelo fuera precisamente el no lector.

Los álbumes están salvando a la edición española más reciente del populismo demagógico que domina las colecciones más comerciales, y por tanto visibles. Su contribución no es, en consecuencia, solo la de elevar el nivel artístico de la edición –que no es poca cosa, ni tarea secundaria- sino la de elevar al pedestal que merecen los niño, como los lectores inteligentes y exigentes que saben ser.

En El cazador y la ballena, Paloma Sánchez Ibarzábal habla de un cazador obsesionado por lo que parece ser su destino: cazar ballenas, pero que tiene también un sueño estético, gratuito, elevado: alcanzar las estrellas. Al abandonar su “destino”, su pedestre objetivo, el cazador consigue, precisamente con ayuda de esa ballena que se obstinaba en querer matar, alcanz las estrellas de su sueño.

El cuento está muy hábilmente estructurado; dividido en dos cantos titulados respectivamente “Amanece...” y “Anochece...” que se alternan en una especie de oleaje lírico y marcan el paso de los días y la larga espera y soledad del cazador. Cada canto puede no ser más que una frase como “...la ballena hoy no danza en el horizonte...” o sumar varios párrafos, pero cada uno posee una identidad que no es temática ni definida por el protagonismo de uno de los dos antagonistas: el cazador y la ballena (hay un tercer personaje, colectivo: las estrellas que alimentan los sueños o distraen la espera del cazador solitario en una pradera que el ilustrador ha representado como un montón de con hojas secas para mejor sugerir que se trata de un escenario convencional y de un empeño estéril, puesto que lo esencial no está ahí y el terreno de la búsqueda es universal y trascendente.

La alternancia de los cantos “Amanece...” y “Anochece...” se interrumpe en una variación titulada “Casi amanece”, más extensa que las anteriores y que intensifica y reorienta la trama.

Los cantos son sutiles: una tonalidad, un tempo, un acto o escena diría un dramaturgo. En su muy atenta lectura, el ilustrador Ibán Barranetxea ha escogido una gama de colores para cada uno: los “Amanece” son verdosos, los “Anochece” azulados. Son dos gamas deliberadamente próximas, mientras que para el canto “Casi amanece” la gama, rompedora, tira al naranja. Es que en este canto los dos personajes, que hasta entonces no han hecho más que buscarse-rehuirse, al fin se encuentran. O, mejor dicho, el cazador encuentra a la ballena, la conoce; y se da cuenta de que no es LA ballena, sino UNA ballena: con una vida propia, llena de cicatrices alegres o tristes, un ser vivo y con identidad y no un mero blanco para su arpón. Al recorrerla con la mano desarmada el cazador comprende: “¡parece un cielo lleno de estrellas!”.

Con el cuarto y último “Amanece”, Ibán abandona el naranja (reducido a una nubecilla sobre el lomo de la ballena) y se entrega a un amarillo todavía enrojecido por la ira del cazador, que todavía enarbola el terrible arpón. Pero cuenta Paloma que los que se encuentran son los ojos del hombre y el mamífero marino, y no el acero afilado y la piel rugosa. Flotando sobre las últimas hojas, el cazador mira alejarse a su presa, y en la doble página siguiente, el amarillo, cada vez más luminoso, lo aportan los girasoles que ahora conforman el mar (ya no dibujará Ibán más hojas secas: el sueño del cazador florece). En las dobles páginas que siguen, y concluyen el libro, el ilustrador se muda a un gris luminoso y onírico, repujado por el blanco de lunas, estellas y del pijama que viste el cazador, devenido soñador al cambiar el arma por el alma como medio de conquistar su Sueño. Leemos: “lejos del barco, esa noche, se encuentran los dos en el mar de estrellas”, y el ilustrador dibuja estas palabras de la escritora con el cazador, estrella en mano, galopando la ballena, que nada en un mar de idénticas estrellas.

Paloma Sánchez Ibarzábal debutó en el panorama editorial en 2005 con su novela El brujo del viento (SM), aunque por el momento su bibliografía está dominada por cuentos que, dentro de una amplia gama de tonos y temas, testimonian una singular sensibilidad para los detalles y las esencias humanas, unido a un dominio de la palabra y una forma bastante peculiar de organizar su discurso. Dan prueba de ello ¿Quién sabe liberar a un dragón? (SM, 2007), El cazador y la bellena y Cuando no encuentras tu casa (ambos editados por Oqo en 2010) y, en un plano un tanto más lúdico y ligero, pero que en nada desentona de los anteriores: Pirata Plin, Pirata Plan (SM, 2009).

De Ibán Barrenetxea confieso saber mucho menos. No conozco sus otros libros y no encontré en Internet bibliografía alguna. Quizás su carrera de ilustrador de libros es más reducida que su ejecutoria como diseñador y dibujante. No obstante, los dibujos que muestra en su página web ahondan en el estilo que le conocí en el álbum de Paloma Sánchez: excelentes composiciones, líneas precisas pero hábilmente difuminadas, con texturas y colores neblinosos, lo que demuestra un gran dominio de la luz. Un universo ciertamente poético, lo que no significa que esté desprovisto de humor.




Catalina la maga

de Luis Cabrera Delgago

Ilustraciones de Esperanza Vallejo
Bogotá. Norma, 1997.
60 páginas
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El humor, la magia y el absurdo, combinados con la crítica de diversos aspectos de la realidad son algo característico en la obra de este prolífico autor cubano, perceptible desde libros tan tempranos comoPedrín (publicado con 11 años de retraso, en 1991), Tía Julita (Premio UNEAC en 1982 y publicado en 1987) y Los calamitosos (1993), libro de relatos (para jóvenes y adultos) donde la sátira de la sociedad, representada en un pequeño pueblo imaginario, es algo ácida y estilizada.
Pero en Catalina la maga el destinatario es claramente infantil y predominan el humor y la fantasía. El escenario es el mundo cotidiano de una niña de ocho o nueve años, en su casa, la calle y la escuela, que Cabrera recrea con la penetración del psicólogo social que fue durante años y con efervescente ingenio.

Tras la ligereza aparente de una historia de niña con poderes mágicos, el autor aborda la complejidad de las relaciones en la familia reconstruida después de un divorcio, el racismo sutil de los cuentos de hadas, el machismo, los abusos que los adultos, a veces sin darnos cuenta, cometemos con los chicos; así como la burocracia, el oportunismo, la mentira, el consumismo, y otros temas no tan frecuentes en la narrativa para estas edades. Entre los cuentos, que forman una secuencia dinámica como en las novelas, se intercalan pequeñas frases filosóficas, críticas o poéticas que, como fórmulas mágicas, pueden servir al animador de la lectura para lanzar a los propios chicos por el camino de la invención. Las ilustraciones, mal servidas por el exceso de grises y la impresión en un papel de mala calidad, son de un grafismo naif que no tiene la criolla gracia del texto.


Disfruta tu libertad y otras corazonadas
de Antonio Orlando Rodríguez
Ilustraciones: Eulalia Cornejo
Libresa. Quito, 1999.
83 páginas


Este libro fue en su momento la prueba definitiva de un cambio profundo experimentado por una de las más reconocidas trayectorias de la literatura infantil cubana. Lo novedoso está en que el destinatario adolescente y, sobre todo, en que los temas son más profundos y el tratamiento estilístico se ha liberado definitivamente de cierto optimismo a toda costa y de la imaginería un tanto almibarada que habían estado ahogando la indudable capacidad de Antonio Orlando para crear historias reveladoras del ser humano.

Ya en 1987, en una jornada de lectura de originales en el Palacio del Segundo Cabo, en La Habana, Antonio Orlando había presentado un cuento en que un niño se refugiaba de la violencia de unos padres que no se entendían, al mudarse al mundo de armonía doméstica situado al otro lado de una ventana dibujada por él mismo con saliva. "La ventanita" se vio impreso al fin en Concierto para escalera y orquesta(Edilux. Medellín, 1995), tres años después del estreno en una modesta edición del Ministerio de Cultura (de Cuba), de Yo, Mónica, y el monstruo: una protesta contra los maestros insensibles y violentos que constituyó otro paso, todavía tímido, hacia el compromiso con las asperezas que enturbian la vida de los chicos. Pero es en Farfán Rita y el profesor Hueso (premio Confamiliar del Atlántico. Barranquilla, 1998) que nuestro autor alcanza el punto más alto en este nuevo camino de su narrativa y, consciente de ello, lo hace centro de Disfruta tu libertad...

En "Farfán Rita y el profesor Hueso", una adolescente desentraña la adolorida y abnegada intimidad de su odiado profesor de matemáticas cuando acude al entierro de un pariente y en una solitaria capilla de la funeraria advierte a Remigio Hueso, quien acaba de enviudar y de tomar la decisión de jubilarse.

Escritos en épocas y países distintos, los seis cuentos de Disfruta tu libertad... se integran de manera coherente gracias a su tema y tono, pero también por vía del protagonista colectivo que en cada cuento "designa un solista" para encarnar y narrar el conflicto. Las anécdotas, sencillas pero bien construidas, y las convincentes caracterizaciones reflejan el buen conocimiento adquirido por el autor de las íntimas inquietudes de los adolescentes y de sus relaciones a menudo inarmónicas con la escuela, el grupo y la familia. Problemáticas como las tensiones entre atracción física y espiritual, el dogmatismo, la infidelidad conyugal, la soledad, la vejez y la muerte, son presentadas con una prosa cincelada y sobria, pero que no se priva de expresiones regionales, metáforas, humor e ironía.

La narrativa infantil de Antonio Orlando Rodríguez, pese a la excelencia de su estilo y lo ingenioso de situaciones y personajes, estuvo sometida hasta principios de los años 90 por la normativa de los primeros treinta años de literatura “revolucionaria” (y no solo la destinada a los más jóvenes): la representación edulcorada de la realidad cubana contemporánea. Disfruta tu libertad y otras corazonadas permite la reconciliación de la producción infantil y la producción para adultos de nuestro autor, que ya se había manifestado en los brillantes relatos de Strip-tease (Letras Cubanas. La Habana, 1985) y que más recientemente han confirmado las densas novelas Aprendices de brujo (Alfaguara, Bogotá, 2002; Rayo/HarperCollins, New York, 2005) y Chiquita (Alfaguara, Madrid, 2008).

La tercera novela detectivesca juvenil cubana cumple 40 años

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