6/6/15

Multicultural escritor que soy

 
La versión original de esta entrevista fue publicada en 2011 por la revista vasca de literatura infantil Behinola


1. ¿Cómo entiendes la interculturalidad? ¿Qué influencia tiene en la literatura?

No hay culturas puras. Toda cultura es precisamente el resultado de un intercambio de experiencias, símbolos y valores; de una selección (“cojo esto y esto otro lo rechazo”), de asimilación (fui yo quien inventé tal cosa y no mi vecino) y sedimentación (esto me lo he apropiado sin siquiera darme cuenta). En completa autarcía vivieron, si acaso, comunidades extremadamente aisladas como los inuits, en medio de helados desiertos, o algunas tribus amerindias e indonesias, en intrincadas selvas.
Con todo, la interculturalidad es más que la “simple” yuxtaposición de dos o más culturas; es cohabitación consciente en proceso de mutuo reconocimiento y fecundación.
Que los actores de esas culturas sean capaces de reconocer los valores de otra(s), y tomen elementos de ella(s) sin perder los rasgos esenciales de la propia es la base de la interculturalidad. No es un proceso fácil y solo se completa en condiciones de cierta equidad económica, social y política. Al mismo tiempo, solo un pueblo consciente y sanamente orgulloso de su cultura puede abrirse a otras, que ya no verá percibida como amenaza o desafío.
La literatura, por supuesto, participa del proceso intercultural aunque no tan visible y rápidamente como la música popular o la gastronomía, por ejemplo. La literatura es lengua, y la lengua es, primero que todo, instrumento de comunicación y luego soporte de la mayoría de las instituciones sociales (para solo después ser expresión estética); de modo que los mecanismos de conservación lingüística son más tenaces de lo que suele pensarse. Por su capacidad de presentar no solo las experiencias y principios, sino los sentimientos del Otro, los efectos de toda expresión lingüística resultan los más penetrantes y convincentes.



en la sala juvenil de la Biblioteca Martí de Santa Clara, febrero 2015

2. El vivir fuera de tu país de nacimiento, ¿cómo ha influido en tu creación literaria? Todavía mana la fuente de tu lugar de origen, es decir, todavía al crear partes de esa tradición.

Yo diría que, precisamente, es el hecho de haber abandonado mi país natal lo que me condujo profundizar en sus esencias.
Ocurre a muchos intelectuales emigrados, pero el hecho de no haberme fijado inmediata y definitivamente en un segundo país, acentuó los efectos del distanciamiento crítico.
En Brasil estuve 2 años, 3 en Dinamarca, casi 6 en Francia, más de 4 en Argentina y, de nuevo en Francia, ya llevo unos 4 años… Sacudido y empapado por tan variadas y fuertes corrientes culturales, fijé el eje de mi identidad en la lengua castellana y en la “obsesión por Cuba” que me ha llevado a ahondar en el pasado y el presente de mi país más de lo que hubiera hecho de haber vivido en él todos estos años.
Sin embargo, yo no escribo en “cubano” ni utilizo formas estilísticas y genéricas inherentes a la literatura cubana. Mis referencias culturales se han diversificado enormemente, y buena parte de mis inquietudes políticas, sociales y económicas son bien diferentes de las que agitan a mis coterráneos inmóviles.
En realidad, desde mi primera novela, escrita apenas cumplir 13 años (y que conservo), se hace evidente mi incapacidad o desinterés por la reproducción fiel de la realidad. Dieciséis años después, publiqué mi primer libro (en La Habana, seis años antes de emigrar). Se trata de una novela detectivesca infantil que pretendía reflejar la Cuba de la época. La falta de verismo que algún crítico me reprochó fue en parte deliberada y en parte resultado de mi impericia. Mi segundo libro, terminado un año después, pero publicado solo cuatro años más tarde, es un conjunto de fábulas sobre un mundo previo a la aparición del Hombre, donde lo cubano reposaba en pocos de los animales y plantas protagonistas, pero que reflejaba plenamente la concepción del mundo que regía nuestra sociedad por entonces.
Tampoco mi tercer libro, escrito entre Cuba y Brasil, me acercó explícitamente a la realidad cubana, pero incluye una alegoría a la reciente historia de Cuba que, paradójicamente, utilicé como primer cuento en la edición brasileña de 1991, y como último en la versión española, publicada cuatro años más tarde.

ediciones francesa, argentina y española de "Mi tesoro te espera en Cuba" (nótense las diferencias de interpretación gráfica de las tapas)
Llevaba yo poco más de un año lejos de Cuba, cuando ‑para exorcizar la improbabilidad del regreso‑ escribí por primera vez una novela de intención verdaderamente realista. Necesité 10 años de reescrituras sucesivas hasta sintetizar la Cuba posterior a la caída del muro de Berlín en Mi tesoro te espera en Cuba. Esa novela narra el descubrimiento de la realidad cubana por una niña española que rastrea el pasado de un tío-bisabuelo. Paloma, la protagonista, y sus amigos cubanos, deberán superar no pocas incomprensiones y suspicacias antes de alcanzar el respeto mutuo y el afecto que hacen posible la cohabitación entre personas con intereses y concepciones del mundo diferentes y a veces, en apariencia al menos, recíprocamente excluyentes.
Sin habérmelo propuesto, en ese libro invertí la situación intercultural más frecuente en la narrativa juvenil española reciente, que presenta la experiencia de emigrantes venidos a España o reconstruye, en la pluma de escritores españoles con escasa experiencia internacional, conflictos humanos de África, Medio Oriente, Europa del Este…

Entre la edición francesa (2000) y la primera versión en castellano (2002) de Mi tesoro te espera en Cuba, publiqué en Edebé La tremenda bruja de La Habana Vieja. Esta novela recrea la Habana decadente de los últimos años a través de la caricatura y la fantasía. El tema, la relación entre una malvada bruja y su adorable sobrina-tataranieta, es una metáfora de la interculturalidad: la niña es una estudiante modelo; una más entre esos “pioneritos” de rojo uniforme que son todo un emblema de la Cuba “del hombre nuevo”. Por su parte, la bruja es una “lacra del pasado” que odia a los Comités de Defensa de la Revolución y que tiene en un rincón los atributos de la “brujería palera”, una de las tres religiones afrocubanas… aunque por lo demás presente todos los estereotipos de la bruja occidental, incluidas la escoba voladora y la bola de cristal.

en plena selva amazónica (Maripasoula, Guayana Francesa) con los lectores de "La leyenda de Taita Osongo"
Pero donde más evidentemente mi pluma moja en manantial cubano es en La leyenda de taita Osongo (estrenado en la versión francesa de 2004 y editado en castellano en 2006). Para novelar páginas de la trata negrera y la esclavización de africanos en América me basé en la Historia de Cuba, en tradiciones afrocubanas y hasta en un dramático secreto de familia. Los personajes principales: el negrero y su esclavo rebelde taita Osongo, representan el choque entre blancos y negros, entre explotación racional de mano de obra esclava y pensamiento mágico como arma de resistencia; elementos que intervienen en la construcción de la nacionalidad cubana.
El esclavo es un emigrante forzado al que se priva de toda su identidad: desde el nombre y sus creencias profundas, a la lengua, costumbres, estructura social, paisaje y referencias materiales. En tales condiciones, este deportado económico aprende a desarrollar formas muy sutiles de preservación de su cultura. Esta corta novela (que necesitó 18 años de maceración) me permitió incorporar, por primera vez en mi obra, lo afrocubano; pero es una obra intercultural y también incluye referencias a la mayor tradición literaria cubana (Nicolás Guillén, Lino Novás Calvo, Onelio Jorge Cardoso) sino incluso elementos estructurales del cuento tradicional ruso, tan difundido en la Cuba pro soviética mi infancia.

ediciones mexicana, cubana, argentina, brasileña y francesa de "La leyenda de Taita Osongo"

3. Entre los autores que trabajan la interculturalidad, ¿quienes te gustan? ¿Citarías alguna obra en concreto?

No tengo un repertorio de autores interculturales. He vivido en varios países, bajo el imperio de cuatro idiomas, y leo en cinco lenguas. En París, vivo en un barrio visiblemente multicultural. Escribo para publicar ‑incluso cuando se trata del castellano- en países diversos y lo he de tener en cuenta.
Todas las culturas y las épocas me interesan, pero no son los libros interculturales sino los “de origen” los que me interesan más. Leo o he leído autores franceses, brasileños, daneses, argentinos, árabes, africanos, asiáticos… Yo soy multicultural por mis raíces y por mi experiencia vital de cubano trashumante y universalista.
Cuando pienso en libros interculturales que me gustan me vienen a la mente dos tebeos:
Persépolis, de la irania Marjane Satrapi y El gato del rabino, del francés Joann Sfar. Su interculturalidad me parece más nutritiva precisamente por darse en el marco de un género híbrido -de literatura, dibujo y cine- y porque no solo en su mensaje y plano referencial, sino en sus formas, se superponen varias culturas (francesa, mediterránea, judía, musulmana, persa).

4. En la LIJ hay algunos temas que se trabajan según la moda, por poner un ejemplo, anorexia y de repente puedes encontrar 40 libros que trabajan ese tema en las librerías. En tu opinión, la interculturalidad es algo de moda o algo más.

La interculturalidad, como cualquier otro “tema” puede ser tratada como una moda y resuelta con la consiguiente superficialidad. Pero como es un componente fundamental de la sociedad contemporánea, la interculturalidad es algo que ha llegado para quedarse… hasta que se produzca la transculturación: es decir el mestizaje que dará por resultado una cultura nueva: heterogénea, más rica, positivamente contradictoria y universal.
Los libros que abordan la interculturalidad porque está de moda pasarán rápidamente al olvido, como pasan todos los libros hechos de prisa, por apuntarse a lo que “se lleva” o por participar en un debate ideológico circunstancial. Los libros verdaderamente interculturales, los que llevan la interculturalidad en su esencia misma, en su “carne y hueso”, sí se sumarán al patrimonio literario, lo enriquecerán y modificarán.

Mi libro más traducido (exise en ocho lenguas y pronto se publicará en chino) es el menos multicultural de todos. No es tan paradójico como parece

5. Según los expertos, en el ámbito de la interculturalidad se necesita tener un espíritu abierto para superar lo que se conoce como “espíritu del muro”. ¿La literatura puede influir en ello? En los esfuerzos que se hace no se percibe claramente un poso de lo “políticamente correcto”?

Para mi la interculturalidad está en el encuentro entre modos distintos de vivir, imaginar y representar el mundo, y no en el argumento de una novela ‑perfectamente occidental- que cuenta a lectores occidentales la aventura de un emigrante del Sur o del Este (cercano o lejano).
Puede ser que un chico que descubre en una novela cómo llegaron a España los hombres de piel negra que venden discos compactos en las aceras, llegue a sentir conmiseración y tolerancia. Pero para que comprenda, respete y estime realmente a esas personas, nuestro chico tiene que saber no solo los riesgos que han corrido para venir a Europa y en qué difíciles condiciones se instalan entre nosotros; también tiene que saber qué cultura hay detrás de esos emigrantes, qué riqueza espiritual enjoya su pobreza material, qué los hace reír y llorar, qué sueñan y a quien le rezan, qué músicas cantan y bailan, qué comen y beben, o no…
Para acceder a todo ese universo que se oculta tras “la diferencia”, es imprescindible que nuestros chicos escuchen la voz de los más elocuentes representantes de esos pueblos cuyos jirones desesperados llegan a nuestras ciudades o a los “mares de plástico” del soleado sur ibérico.
En lugar de estar tan preocupados por dar a conocer la aventura (y sobre todo la desventura) de los emigrantes, los editores deberían dar a conocer toda la diversidad y riqueza de culturas del mundo a través de libros documentales, de cuentos tradicionales y, sobre todo, de literatura contemporánea ‑juvenil, pero también infantil- de los países que nos enriquecen con parte de su población activa.
Tengo la impresión de que los autores magrebinos están de moda en España: en literatura para adultos y en literatura juvenil, más que en literatura infantil. Sin embargo, la muy importante emigración hispanoamericana ¿está equitativamente representada en la edición infanto-juvenil? ¿Cuántos escritores ecuatorianos, dominicanos o peruanos han sido publicados en España en los últimos años? Si acaso, se trata de autores radicados en España hace tiempo y que no siempre escriben desde y sobre la interculturalidad (lo que no les reprocho: un autor debe ser libre en la elección de sus temas y formas).

¿Quién sabe siquiera que hay literatura infantil en Ecuador, República Dominicana o Perú?

En España no solo se publica poquísima literatura iberoamericana, sino que tampoco se importan títulos editados en Hispanoamérica. Me consta que empresas transnacionales como Alfaguara o SM tienen por política no traer a España la producción de sus respectivas sucursales latinoamericanas. Más grave aún: no pocos libros de autor latinoamericano otrora publicados en España han sido trasladados a los catálogos ultramarinos de la editorial en cuestión; sin que nada justifique que un escritor colombiano pueda resultar más interesante o comprensible para un joven mexicano que para un chico español. El principal argumento es que los castellanos de Ultramar no resultarían comprensibles para los chicos españoles, o que las referencias culturales que contienen tales libros no serían “reconocidas” o comprendidas por los jóvenes lectores ibéricos.
Pero entonces, ¿qué pasó con el interés por la interculturalidad? Si empezamos por considerar incomprensibles y ajenos algunos vocablos, modos de vida, elementos de cultura material y algunas fechas y nombres históricos, probablemente suficientemente integrados a la trama, ¿cómo aspirar a educar a nuestros retoños en la tolerancia y la sensibilidad hacia la diferencia?

6. ¿En qué medida se debe utilizar la literatura para abrir ideas? Algunas veces esta subordinación nos puede llevar al panfleto.

Personalmente, me interesa menos contarles la vida de los emigrantes a los chicos con que me codeo -en Francia o en España- que explicarles que esas personas de piel negra o amarilla, de culto musulmán o budista, de acentos o costumbres desconocidos… en el fondo son iguales a ellos, a nosotros.
Sospecho que si, por primera vez, decidí hacer las ilustraciones de uno de mis álbumes ilustrados es porque quería introducir un mensaje subliminar de interculturalidad. La trama de La canción del castillo de arena es “universal”: un niño y su padre construyen castillos de arena que el mar deshace cada noche, poniendo a prueba la tenacidad y la imaginación del chico. El mensaje más perceptible es filosófico y ecológico; pero mis personajes son “exóticos”: el padre es negro y el chico mestizo, lo que supone una madre ‑no evocada por el texto ni presente en las ilustraciones‑ de piel tan blanca como la de la Princesa Caracola que habita los castillos del niño protagonista. Lo que insinúo es que la “gente de color” no protagoniza solo las temáticas que le son habitualmente asociadas en la edición occidental: emigración, discriminación racial, pobreza, compenetración con la naturaleza, familia extensa o tradiciones orales específicas. Mi cuento sugiere que los niños “étnicos” viven experiencias comunes a cualquier niño: tienen celos, miedo a la oscuridad, “mojan” la cama, descubren las normas sociales y las reglas básicas de higiene, quieren una mascota… Y si mis jovencísimos lectores no son conscientes de este mensaje, tanto mejor, porque la banalización es la mejor forma de asimilación.
En mi opinión, la única forma legítima de trasmitir ideas en literatura es despojando aquéllas de toda obviedad. En cuanto se intenta instrumentalizar un texto literario éste deja de serlo y se convierte en otra cosa, infinitamente más simple y menos eficaz y duradero.
La rosa es sin porqué”, nos recuerda Borges que dijo Angelus Silesius, y nada explica mejor lo que es una rosa que una rosa.

"La canción del castillo de arena" en sus versiones castellana, vasca y francesa (originalmente, este cuento formó parte del libro que estrené como "Era uma vez um jovem mago" (Sao Paulo, 1991) antes de su versión ampliada y corregida "Los cuentos del mago y el mago del cuento (Madrid, 1995)

7. En Europa son muchos los escritores de diferentes procedencias que escriben en lenguas europeas -Rafick Schami, Tahar Ben-Jelloun...-; en el País Vasco o en Cataluña toda vía no existen, excepto algún contador de cuentos. ¿Lo ves como un síntoma de algo? ¿Crees que los hijos de los emigrantes traerán un aire nuevo? ¿Queremos recibir ese aire nuevo?

En un sucinto estudio sobre la literatura beur (descendientes de emigrantes arábigo-magrebinos en Francia), Alec Hargreaves subraya: “la primera generación de emigrantes se preocupaba sobre todo por los problemas de la vida activa. En las obras de sus hijos tienden a sobresalir los problemas de escolarización y de vida familiar. La crisis de identidad experimentada hoy por numerosos adolescentes franceses se acompaña, en el caso de los beurs, de una crisis cultural. Atraídos simultáneamente por su cultura de origen y por la cultura francesa, los jóvenes descendientes de inmigrantes tienen experiencias a veces tan dolorosas como interesantes en tanto que materia narrativa”[1].
Este sector de la población francesa comienza a expresarse literariamente a principios de los años 1980 y hoy constituye una parcela importante e indisociable de la literatura francesa, incluida la infanto-juvenil. En sus inicios se trató mayoritariamente de relatos de aprendizaje o autoaprendizaje (bildungsroman); y aunque pronto comenzaron a independizarse de lo autobiográfico, el vínculo con la verdad da a esos textos un valor que no encuentro en tanta novela que narra -por sumarse a la moda o por responder a un deber social- las problemáticas interculturales.
En la medida en que los emigrantes se integren a la realidad del País Vasco, de Cataluña o de cualquier otra comunidad autónoma, en la medida en que hayan superado las urgencias de la supervivencia, se revelarán como escritores perfectamente biculturales. Y como los numerosísimos autores e ilustradores franceses que también son magrebinos, libaneses, turcos, subsaharianos, vietnamitas o chinos, también los habrá españoles con orígenes al otro lado del Mediterráneo. Será una segunda o tercera generación que se habrá integrado a la realidad española sin renunciar a la identidad de sus padres, tíos o abuelos inmigrantes, y que producirán una literatura primero intercultural y, a continuación, multicultural.
En Francia existen hoy incluso formas reconociblemente mestizas, tanto por las particularidades del lenguaje como por sus formas genéricas ‑la poesía rítmica conocida como slam, es el más visible ejemplo-  que evidencia no solo experiencias sino formas expresivas peculiares.
Por otra parte, incluso sin poseer raíces en otros países, los escritores españoles pueden enriquecerse con elementos externos, de la misma manera que la música popular española emplea materiales procedentes del rock, el reggae, el bolero o la salsa.

8. Según dicen, en la Rioja alavesa los gitanos españoles que van a recoger la uva quieren someter a los gitanos portugueses. ¿Es acaso destino del hombre el querer dominar al otro?

Nadie está a salvo de cometer injusticias. Verse sometido al racismo, la marginación o cualquier forma de privación de derechos es la peor manera de aprender la tolerancia, la fraternidad y la democracia. Si la letra no entra con sangre, la justicia menos todavía. Tampoco basta con proporcionar lecturas ejemplares para inducir comportamientos ejemplares. Solo la permanente vigilancia, la autocrítica y el acceso pleno a la cultura ‑propia y ajena- pueden educarnos en el respeto a los demás y conducirnos al reino de los Derechos Humanos.

en una clase hispánica de la escuela internacional de Saint-Germain en Laye, 1998
9. Recientemente han traducido la novela “La armada salvadora” del joven marroquí Abdela Taia. Está situada en Suiza, y el protagonista se da cuenta de que los emigrantes son tomados-utilizados-tirados como amantes, trabajadores o sirvientes.  ¿Qué te parece, en ese sentido, la actitud y comportamiento de Occidente? (Se podrían citar los casos particulares de Suiza y más en concreto de Austria: realidad, el día a día)

No conozco la novela citada, pero lo que su autor denuncia ha ocurrido siempre y en todas partes. A principios de siglo, los suizos de las clases altas o de los cantones hegemónicos usaban y tiraban a otros suizos, o a italianos, españoles y portugueses. Y Austria hizo lo mismo con los diversos pueblos, al sur y al este, de su otrora Imperio.
Pero ¿cuántos marroquíes no se comportan de la misma irrespetuosa manera con los saharauis?, ¿cuanto mauritano de piel clara no discrimina y explota a los negro-mauritanos?, ¿cuál es la terrible situación de la mano de obra indo-paquistaní en los ricos emiratos árabes?, ¿en qué espantoso genocidio acabó el conflicto entre hutus y tutsis; comunidades menos diferenciadas étnicamente que por su especialización como pastores y agricultores?
La lucha por la igualdad y el respeto del otro, del más débil, del más pobre, del menos educado es La Misión de la especie humana, el verdadero objetivo de su evolución a partir de una especie particularmente habilidosa de primates.

10. El plurilingüismo de países como Suiza es suficiente para garantizar la interculturalidad? En ese sentido, ¿la traducción tiene algún sentido en países de esas condiciones?

Tengo entendido que en Suiza la mayoritaria comunidad germano parlante no habla generalmente las otras lenguas oficiales: el francés, el italiano y el romanche. Si todos los suizos fuesen plurilingües serían la sociedad ideal que no son, y quizás respetarían más a los emigrantes no europeos. Pero ‑permítanme la boutade- gente tan virtuosa no podría ser una potencia bancaria mundial y el neutral país desaparecería.
Tampoco los belgas son todos trilingües francés-flamenco-alemán, ni todos los canadienses hablan francés e inglés.
Hay muchos países africanos donde la mayoría de la gente habla más de una lengua: el francés o el inglés de la antigua metrópoli, que sigue siendo lengua de cultura y de pasaporte, y más de una de las lenguas de las diversas comunidades étnicas que comparten nacionalidad. Desde ese punto de vista, tales países serían más ejemplares en términos de democracia que Suiza; pero tienen todavía pendiente la integración nacional y carecen aún de estructuras democráticas genuinas, eficaces y estables, así como de acceso generalizado a la cultura, empezando por la cultura escrita.
No menos triste es constatar que los peruanos, los paraguayos o los guatemaltecos prefieran estudiar el inglés al quechua, el aymará o el maya que habla la importantísima minoría indígena de sus respectivos países.
O sea, que el multilingüismo no resuelve todos los problemas socio-económicos y la traducción es y será siempre necesaria.

en la Feria Internacional del Libro de Salónica, Grecia, 2008 

11. Hay quien dice que en las editoriales y en las escuelas les interesa más el qué se dice, que el cómo; es decir, más el mensaje que el cómo esté expresado, y que eso empobrecería la literatura. ¿Estás de acuerdo?

Es abrumadoramente cierto. Tema y mensaje monopolizan la atención de quienes valoran y recomiendan las lecturas de los niños y adolescentes. La coherencia y densidad de la trama, la calidad de los personajes o el brillo del estilo son menospreciados no solo por las editoriales, los maestros y los bibliotecarios, sino incluso por la mayoría de los críticos y promotores. Y no solo en lo relativo a la interculturalidad y otros “temas transversales”. Muchos libros que se han publicado ‑incluso con gran éxito de venta y crítica‑, han sido valorados solo porque abordan una temática socialmente necesaria o ‑más cínicamente‑ porque “vende”.
Victorias pírricas…
Cuanto más importante es una temática, con más rigor ha de ser tratada. La cantidad no puede suplantar a la calidad, como la actualidad o el compromiso no pueden sustituir a la profundización y la autenticidad. O sea, parafraseando una famosa aporía: una buena palabra vale más que mil palabras… vanas.
Necesitamos buenos libros, con cerebro y corazón, como prometiera Nicolás Guillén en el título de su primer poemario. Buenos libros interculturales, buenos libros monoculturales, buenos libros.

visto el liceo francés de Munich, durante la beca que me ofreció
en 2005 la Biblioteca Internacional de la Juventud
12. Para terminar, ¿Has leído algún libro que te haya “abierto los ojos” y te haya dado la opción de sumergirte en otras realidades? ¿Qué libro ha sido?

Es una pregunta extremadamente difícil de responder. ¿Cuántos libros no me han abierto las puertas a mundos poco o nada conocidos? Y a la inversa, ¿cuántas situaciones de la vida o experiencias estéticas (cine, museo, música) no me han llevado a buscar más en los libros sobre una cultura que consideraba mía y que en realidad no conocía suficientemente?
Tengo la costumbre de acudir a mis diccionarios ‑que son numerosos- o a los de la excelente red de bibliotecas de París en busca de más información sobre creaciones y personalidades político-sociales, artísticas, científicas, sobre ciudades y países ignotos, animales y plantas desconocidos… que la actualidad me revela o recuerda.
Si leí los fascinantes Edda escandinavos fue porque viví en Dinamarca, si me asomé a La epopeya de Gilgamesh fue porque escuché cantar fragmentos del antiquísimo poema a Ahmed Azrié, si me pasé meses leyendo sobre los antiguos egipcios fue después de la exposición Los tesoros sumergidos de Alejandría en el Grand Palais de París (y para responder a las preguntas de un colega que escribía en Cuba una novela ambientada en el Antiguo Egipto). La incomparable novela anónima Aventuras de Simbad el Terreno me llevó a interrogarme sobre el mundo arábigo-pérsico y la fascinación que generó en la Francia del Siglo de las Luces, y si me hice algunas preguntas sobre la China decimonónima fue tras comparar “El ruiseñor” de Andersen con su adaptación por el cubano José Martí… Todo conduce a todo. Esas lecturas, que me remiten a épocas remotas, arrojan luz sobre la problemática actual entre el mundo musulmán y Occidente (mi Dictionnaire de l’Islam tiene hoy las páginas muy usadas), y me permiten tener otra mirada sobre mis vecinos de origen argelino, senegalés, israelí o palestino…
Siempre hay una laguna que colmar, un malentendido que esclarecer. Y es en esos huecos y falsas certidumbres donde se alojan los estereotipos y prejuicios que conducen al hombre a tanto acto estúpido, odioso o criminal.
Pero he leído relativamente pocos libros de los que suelen calificar como “interculturales” en las bibliografías usuales. Yo soy intercultural y vivo en un mundo intercultural; lo que necesito y prefiero son libros de las más variadas y diferentes culturas.
la entrevista original fue realizada a tres voces, la compartí con Inongo Vi Makomé y Javi Cillero

Joel Franz Rosell
Escritor e ilustrador cubano residente en París




[1] « A la rencontré de deux cultures, les romanciers beurs », par Alec G : Hargreaves. La revue des livres pour enfants. Paris, otoño 1990.






1/6/15

Vacaciones en tiempo de crisis: "Gatito y las vacaciones"




GATITO Y LAS VACACIONES







32 Pág. 23 x 16 cm.

ISBN: 978-84-8464-946-5

Precio: 11,00 € 

Distintos modelos de familia y circunstancias sociales diversas están representados en este

álbum con sabor a verano, playa, montaña, pueblo, viajes... o a otra manera de disfrutar 

del tiempo de ocio y descanso.



http://www.kalandraka.com/colecciones/nombre-coleccion/detalle-libro/ver/gatito-y-las-vacaciones/

Gatito y las vacaciones es el tercer volumen de la serie de álbumes para pequeñitos que, siempre con las magníficas ilustraciones de Constanze v. Kitzing y la impecable edición de Kalandraka ya cuenta con Gatito y el balón (traducido a siete idiomas) y Gatito y la nieve (traducido a 6 idiomas) 



La conocida especialista en literatura infantil Anabel Saíz Ripoll hace en su blog Voces de las dos Orillas un antinado análisis de "Gatito y las vacaciones". Entre otras cosas, dice:

En plena crisis económica y moral, parece fácil dejarse impresionar por los demás, cuando lo importante es sentirse parte de una familia y saber valorado y querido. A menudo, las vacaciones se convierten en un despropósito en el que se compite a ver quién ha ido más lejos. En tu propia ciudad, seguro, hay tantos detalles que no conoces que puedes aprender a verla con ojos de turista.



Los modelos familiares han cambiado y también las formas de vivir. Lo importante es que cada uno se sienta a gusto con sus decisiones y sus posibilidades. Gatito no viajará al extranjero ni irá a la playa, pero, como le dice su madre, tendrá unas vacaciones fantásticas.

Interesa insistir en un punto. Los compañeros de Gatito no presumen de vacaciones, solo muestran sus planes y, de paso, queda claro, que no hay un modelo mejor que el otro, que las necesidades son distintas y, por lo tanto, también lo es el ocio. Cuando Pata, Conejita, Ardilla, Erizo y Gatito se reencuentren en septiembre tendrán mucho de que hablar. Seguro.

http://vocesdelasdosorillas.blogspot.com.es/2015/07/gatito-y-las-vacaciones-preguntale-mama.html


Más reseñas:

Ha terminado el colegio y las vacaciones de verano comienzan. Gatito y sus amigos comentan qué harán en esos meses. Unos, marcharán a la playa; otros, al pueblo, a la montaña, al extranjero para aprender idiomas. Algunos irán con sus padres; otros, con sus abuelos y varios se repartirán los días entre el padre y la madre. Gatito no dice nada, no sabe qué hará. Cuando llega a casa pregunta a su madre y le contesta que se quedarán. Lo bueno es que está toda la familia junta y lo pasarán muy bien. Con un texto sencillo, corto y claro Rosell nos aproxima a la diversidad social y familiar existente en la sociedad. -  http://www.canallector.com/22779/Gatito_y_las_vacaciones#sthash.XCxUEBAZ.dpuf 


20/4/15

Todos los días, son Dia del Libro

Mis agendas y cuadernos de notas están llenos de apuntes y reflexiones en torno al libro y la lectura. Desempolvo algunos con motivo del Día Internacional del Libro, que se celebra cada 23 de abril, en homenaje a Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega quienes murieron el mismo aciado 23 de abril de 1616.



Leer  no es caminar sobre los pasos del que escribe. El lector emprende a solas el mismo camino que el autor y alcanza inevitablemente el mismo punto de llegada. Pero no anda al mismo ritmo, no repara en similares detalles ni experimenta iguales percances. El lector no viaja con el mismo equipaje, ni lo hace en idénticos día y hora (a veces, autor y lector son personas extremadamente diferentes, enclavadas en épocas y bajo cielos distintos y distantes). Forzosamente, lector y autor cruzarán el camino de disímiles personas y no verán al mismo pájaro volar… o sí, pero en dirección opuesta (el lector jamás compartirá, al milímetro, la sensibilidad, convicciones e imposiciones estéticas del autor). Incluso las flores del camino parecerán otras aunque la especie no haya mutado un gen; la estación no será la misma, no soplará idéntica brisa y, lo que es más importante: incluso si una y otra se repitieran con atómica precisión, la nariz es la de otro.

El escritor hurta disimuladamente a la Historia y le roba descaradamente a Su Historia.

La literatura no es la más fiel de las mujeres. Pero es tan bella y tan invenciblemente joven, que uno acaba por perdonárselo todo.

Yo no escribo aforismos, sino afuerismos. Porque hablo desde el exterior de la realidad. Hablo –en silencio, por supuesto- para mí mismo y para mi hermano el lector que puede, pese al silencio, escucharme.



Toda novela es una biografía. En general narra una vida ajena que el escritor sueña, pero a veces lo que se cuenta es la vida propia soñada como si fuese ajena.




No es hacer filosofía el afirmar que no existe literatura hasta que existe el lector. Pero no digo lector en sí -puesto que todo escritor es un lector; de su propia obra en primer lugar- sino lector en tanto que publico determinado. Así, no hubo literatura infantil mientras los niños no fueron considerados como su público determinado… y determinante.  



La Historia demuestra que no basta con saber, hay que creer. Ocurre lo mismo en literatura, particularmente en literatura de infancia: no basta con que el niño sepa ciertas cosas (el manual escolar se contenta con esto); es imprescindible que esas cosas las crea, las sienta, las viva.




Es mentira que la lectura sea un acto solitario... a menos que leamos algo que existe en un solo ejemplar. Al leer un libro estamos haciendo lo mismo que otros hacen, han hecho o harán. Estamos compartiendo la misma experiencia que decenas, centenas, miles e incluso millones de personas tuvieron anteriormente. Sin hablar de que, al leer, estamos reviviendo, recreando o descubriendo lo que el autor sintió al escribir.

El no lector abre un libro y solo ve letras, palabras; frases en el mejor de los casos. El lector abre un libro y ve bosques inmensos, océanos, volcanes; reinas y brujas; la Luna y el Sol; el pasado, el presente y el futuro, la guerra y la muerte; la vida, el sueño y el amor.




El libro y la buena mesa no van juntos, pero la lectura alimenta y, en casos extremos, ayuda a olvidar el hambre.

Hay farsantes, descendientes directos de los pillos que embaucaron al Rey Desnudo contado por Andersen, que publican cuentos sin palabras, sin ideas, sin trama, sin personajes, sin imágenes, sin humor… en resumen, que se limitan a enviar a los editores páginas blancas advertidos de (y, eventualmente, advirtiéndoles) que los tontos no ven el texto. Esos pillos publican sus “libros” con la misma advertencia en la contratapa. Y allá van críticos, libreros, bibliotecarios, padres y abuelas a comprarlos y a ofrecerlos a los chicos. Solo algunos pequeños se atreven a gritar: “¡El libro está vacío!” como mismo aquel niño del cuento gritó: “¡El rey está desnudo!”. Pero contrariamente al cuento de Andersen, son pocos los que escuchan y se ríen de los embaucados.





Todo texto literario es una partitura. Las palabras están tendidas sobre un pentagrama invisible ; pero los lectores saben poner la melodía. Su melodía.






Nadie sabe lo que intenta trasmitir el autor. No lo sabe el autor literario mismo (el autor no literario, sí que lo sabe y lo hace bastante explícitamente). El texto es un mensaje; pero no para el escritor, para quien su obra es un canto lleno de placer, de pulsión, de resonancias íntimas y compartidas. El lector entrará en sintonía con unos u otros elementos de la obra. Su posición no es la del destinatario que espera o recibe un –inesperado, no deseado, imprevisto- mensaje, sino alguien que busca mensajes en los textos que recibe. Todo libro es un instrumento... musical, lleno de posibilidades que cada cual hará sonar según sus competencias, capacidad, experiencia, sentimientos, necesidades.

me gusta decir que mis libros mezclan literatura para adultos y literatura infantil, lo que es una tautología parcial puesto que todo libro infantil es en parte un libro para adultos, porque la literatura es una sola y todo adulto fue, inevitablemente, un niño. Lo digo no solamente porque hay siempre adultos que leen libros de niños, sino porque todo niño contiene trozos del adulto que será (junto a otros trozos que, lamentablemente se hundirán en su subconsciente y aún se perderán completamente).


Me asombra la candidez -o el desparpajo- con que algunos autores de libros para niños confiesan que la motivación de un libro, y hasta de toda una Obra fue la de satisfacer la petición de un hijo o un nieto (frecuentemente enfermito o majadero). ¿Cómo es posible pretender que de una contingencia tan accidental y unívoca pueda salir una obra trascendente y universal? Para mí hacer literatura infantil es una necesidad expresiva, una disciplina dominada tras años de entrenamiento, de lecturas y tanteos, de sueños frustrados y de tentaciones avizoradas. Es posible que Proust haya tenido más talento que yo, pero no por eso se dedicó él a escribir para adultos y yo para chicos... ¿Imagina Ud. al egregio novelista francés confesando que escribió En busca del tiempo perdido el día en que su madre, sexagenaria y eventualmente resfriada, le pidió una novela?

Algunas grandes obras han nacido, no obstante, de la relación entre el autor y un lector individual (o no) concreto y cercano. Quizá el caso más famoso sea el de Lewis Carroll y Alice Liddel, pero también se puede citar el de Stevenson y el hijo de cierta señora de su afección o el de Astrid Lindgren y su hija; de esas contingencias privilegiadas, nutridas empero de una necesidad pre existente, nacieron “Alicia en el País de las Maravillas”, “La Isla del Tesoro” y “Pippa Mediaslargas”. Pero son mucho más frecuentes los libros de corto alcance resultantes del hecho de que sus autores sólo pensaban en una persona en particular (a veces, ellos mismos) cuando los escribían.



Yo solo sé boxear con guantes de papel.


No hay que confundir los meritorios libros infantiles para adultos,
 con los pueriles libros para adultos infantiles.


Tengo libros viajeros: algunos que estaban conmigo ya en Cuba, y me siguieron a Brasil, Dinamarca, Argentina y France; pero también otros que me encontraron en el camino y no me han dejado después, o que solo encontré después y gracias a un largo viaje. Hay libros que viajan conmigo en el avión; ya sea en la maleta confinada en la bodega o en el equipaje de mano… a mano por ser demasiado preciosos. Pero incluso aquellos que me siguieron por barco, en el contenedor con la mudanza internacional, acaban por reunírseme y celebramos con champaña el re encuentro. Para terminar, hay libros que emprenden conmigo viajes cortos, e incluso algunos que paseo simplemente, que saco a tomar el aire, y llevo conmigo como talismanes.

con mi libro "Javi y los leones" en San Juan, Puerto Rico

16/3/15

¿Es posible traducir, exportar, la literatura cubana?



Conferencia pronunciada el 25 de febrero de 2015 en la sede provincial de la Unión de Escritores y Artistas, en Santa Clara 


De la misma manera que el paisaje, los modos de vida o la Historia; las expresiones estéticas no presentan el mismo aspecto ni revelan iguales esencias vistas desde el interior que en la distancia, sea esta espacial o temporal.

Observada desde España, Argentina, Colombia o México, donde he publicado la mayoría de mis libros, o desde Francia, donde vivo, leo y desarrollo lo esencial de mi actividad creadora, la literatura cubana revela peculiaridades que le confieren sabor y esencia propios, al tiempo que la distinguen de otras praxis, incluso próximas como las de Hispanoamérica. Lo paradójico de la soberanía estética cubana radica en que lo que la define y hace interesante reduce sus posibilidades de resultar comprensible o disfrutable fuera de las fronteras de la nación (el archipiélago cubano más las “islas” de emigrantes que hemos dispersado por el mundo).

Es un hecho que la literatura infantil es menos traducible que la literatura para adultos. Antes de argumentar esta idea, quiero aclarar que cuando digo “traducción”, las más de las veces estoy hablando en términos culturales y no estrictamente lingüísticos. La literatura cubana ha de traducirse al francés para ser leída en Francia o al portugués para ser leída en Brasil; pero también ha de ser traducida en el vasto interior de la lengua castellana, para ser plenamente asimilada por niños de España, Argentina, Colombia o México… que se enfrentarán a la utilización de otras palabras para trasmitir el mismo concepto, de otra sintaxis para interconectar vocablos que sin embargo son los mismos y, finalmente, de ciertos sobreentendidos (refranes, títulos o letras de canciones, referencias culturales, geográficas, históricas, gastronómicas, etc) que nos son exclusivos… sin que muchas veces nos demos por enterados.
Vuelvo pues al comienzo del  párrafo anterior para precisar que esta “traducción” en el interior de la lengua común que nos separa (como bromeó un escritor latinoamericano en tiempos del famoso boom) es prescindible cuando el receptor es un adulto, puesto que a partir de cierta edad y de cierto nivel de cultura no solo sabemos que el castellano es una lengua internacional que cubre realidades diversas, sino que estamos capacitados para saltar sobre un término desconocido o infrecuente; deduciendo su significado por el contexto, por otras experiencias lingüísticas y culturales o porque, de última, nos lo aclara el diccionario.

Pero los niños (y mientras más jóvenes e inexpertos, peor) se desconciertan, pierden el paso e incluso abandonan la lectura cuando los “sinsentidos” lingüísticos y culturales se acumulan… O por lo menos eso temen (pese a que Harry Potter, Narnia y otros best-sellers son leídos en edición española sin que ningún exotismo lexical parezca frenar su arrollador éxito) los editores, maestros y padres extranjeros, que son los primeros en tomar contacto con los libros de autor cubano y se dicen: “mis chicos no van a entender que “guagua” es “autobús” (o “camión”, si quien nos lee es mexicano), que “saya” es “falda” (o “pollera”, si quien nos lee es argentino), que “jeba” es “polola” (si quien nos lee es chileno), que “jaba” es “bolsa” (nos lea un español, un mexicano, un argentino, un chileno o casi cualquier otro hispanohablante). Eso sin hablar de las costumbres, ritos, historia, flora, fauna, etc.
En Cuba para todo sacamos a Martí; en Argentina ese papel correspondería a San Martín y Sarmiento, en Venezuela a Bolívar, en Uruguay supongo que a Artigas… Cuando un argentino escribe “había un olor a mate”, esa simple frase está cargada de sentidos que lejos del Río de la Plata nada significan. Cuando un cubano escribe, “el pitido de la olla anunciaba que pronto sería hora de servir los frijoles” cualquiera de nuestros compatriotas entiende tan bien que hasta se le hace la boca agua; pero un niño español ni siquiera sabe que frijoles y alubias son la misma cosa y uno mexicano no se enterará que se trata de chiles. Pero lo más importante es que saberlo no le evocaría al lector extranjero ese “pan nuestro” de cada día cubano, sino un plato más y “sin más”.
 Otras literaturas en lenguas internacionales como el inglés, el francés o el árabe conocen los mismos problemas que el castellano. Es una de las razones por las que, en materia de libros para niños, suelen ser más los títulos traducidos de otras lenguas, que los importados de otro país de igual idioma. Y lo mismo da que se trate de un libro de Québec en Francia, de uno de Portugal en Brasil o de uno de Nueva Zelanda en Estados Unidos.

Cuba: un caso aparte

Las peculiaridades de organización social y valores imperantes en Cuba levantan una barrera adicional entre el autor cubano y los lectores del mundo, incluidos nuestros vecinos hispanoamericanos.
A partir de 1959, nuestro país se apartó de la vía que, pese a sus respectivas particularidades, siguieron compartiendo nuestros hermanos de lengua a uno y otro lado del Atlántico. De todo Occidente, Cuba fue el único país socialista, la única sociedad que institucionalizó el igualitarismo, la única cultura que ha conocido la “libreta”, las guardias del comité, el apagón, el “todavía no ha venido el agua”, la atención médica gratuita, la inexistencia de desempleo y de huelgas, las “misiones internacionalistas”, la doble moneda, el “paquete” o -para centrarnos en el día a día de los infantes que tenemos algunos de los aquí reunidos por  destinatarios- la pañoleta, el matutino, la posibilidad de ir solo a la escuela o de jugar en la calle.
Un escritor se debe a su obra, como se debe a su destinatario. Los escritores creamos las pequeñas historias que completan, individualizan y dan vida, gracias a sus detalles nimios pero esenciales, a la Gran Historia. No tendría ningún sentido que un escritor cubano, ante la perspectiva de una eventual publicación en el extranjero, renuncie a las peculiaridades de su realidad (que podría así quedarse sin cronista, empobreciendo el patrimonio inmaterial de la humanidad). Por si no fuera poco, algún que otro título de autores cubanos para niños ha conseguido ingresar en catálogos españoles, mexicanos, colombianos… ya porque en aquellos lo “criollo” no determina la trama y los pequeños escollos restantes son salvados por el trabajo editorial, o porque quienes los publican asumen el riesgo de una lectura más difícil y la consecuente disminución en las ventas.
¿Por qué entonces un escritor residente en Cuba habría de renunciar a la substancia que lo hace no solo original sino indispensable a sus compatriotas?  Desde que surgió la literatura profesional, allá en la Grecia Antigua, los escritores hemos querido durar en el tiempo y llegar a ámbitos distantes. La mejor prueba de calidad (en literaria como en cualquier otro campo, incluidos la ciencia o el deporte) es la aprobación por el Otro (en el tiempo y en el espacio), y la aspiración a la universalidad es Estrella Polar de todo creador. Pero renunciar a lo local no es el precio inevitable a pagar por la universalidad. El talento es el catalizador que permite la transformación del carbón (precioso combustible y materia prima industrial) en diamante (la gema indestructible, rara y valiosa). Todo escritor cubano quiere ser universal… o por lo menos publicar en el extranjero. Por ambición estética o por necesidad de holgura económica.
El mercado cubano es pequeño y, además, ni siquiera parece un verdadero mercado. Un libro que vende 2 000 ejemplares no tiene más posibilidades de reedición que uno que ha vendido 20 000. En otros países, las tiradas iniciales son controladas, relativamente modestas; pero la reimpresión es automática si la primera edición se agota en un plazo satisfactorio. Algunos de mis libros han alcanzado la quinta o la décimo sexta reimpresión… aunque también he sufrido lo que ningún cubano: la retirada del mercado de un libro en solo dos años porque no se vendía con suficiente rapidez).
Por otra parte, los autores europeos o latinoamericanos tenemos numerosas ocasiones, en ferias del libros o visitas colegios (en el caso de la LIJ), de comprobar la aceptación o rechazo de nuestras obras y, a partir de ese “retorno”, adecuarnos mejor, en próximos títulos, a las expectativas y necesidades de nuestros lectores.
Un verdadero creador no debe ser esclavo del mercado, pero una sana relación con el público es muy conveniente a todo artista y escritor, y más en una literatura que tiene, entre sus más acertadas definiciones, la de “estar definida por su destinatario”.
En Cuba, desgraciadamente, los limitados recursos editoriales y financieros hacen que les obras raramente se reediten y las primeras ediciones, exitosas o no, suelen agotarse en pocas semanas; por las razones antes evocadas o por concepciones culturales, las visitas a colegios y otras formas de encuentro con los lectores reales es cosa rara. En tales condiciones, ¿cómo evaluar la adecuación entre las necesidades y expectativas del lector y las necesidades y ambiciones del creador, y para qué preocuparse demasiado por ello?
Lo cierto es que una parte importante de la literatura infantil cubana ha vivido en la autocomplacencia, más preocupada por la opinión de colegas y jurados que por las necesidades de los chicos. Y no es un fenómeno reciente, acentuado por la escasa influencia de la crítica y los aspectos negativos –que los tiene- la provincialización de la actividad editorial. Ya en los 70 era frecuente que poetas y otros autores para adultos incursionaran en la literatura infantil con el único propósito de ganar un premio (y los pesos que este procuraba) enriqueciendo su bibliografía con obras que todo el mundo elogiaba… excepto los niños y adolescentes a quienes estaban supuestamente destinadas. Al margen de la supervivencia del problema que acabo de evocar, hoy es frecuente notar que muchos autores utilizan el libro infantil para denunciar las impurezas de la realidad actual o para cauterizar sus propias frustraciones. Abunda una literatura amarga, desencantada, autorreferencial y a veces pedante que presume de la osadía con que estaría abordando los “temas tabúes”. El realismo crítico que ciertos autores metidos a pontífices han coronado desde finales de los 90 como parangón y Non Plus Ultra de la literatura infanto-juvenil no ser sino una entre las demás tendencias de la LIJ y, en cualquier caso, debería ser practicada sin olvidar que si el autor es un adulto que no puede enajenarse de sus problemas y sueños, trabaja para un niño o un adolescente que tampoco puede ser privado de sus derechos.

¿Es posible traducir la literatura cubana? 
Por haber pasado 25 años en seis países de América y Europa, y haber publicado en editoriales esos y/o otros países -que en buena medida difunden allende sus fronteras; he debido aprender a tomar la necesaria distancia para distinguir lo local substantivo de lo local adjetivo.
Es por eso que, cuando escribo sobre Cuba –que no siempre es el caso– puedo aspirar a preservar lo primero y prescindir de lo segundo, o tratar unos y otros rasgos de manera que resulten comprensibles, e incluso útiles, al joven lector extranjero. No siempre lo logro y a veces mis editores me proponen cambios, desisten de publicarme o incluso terminan, al cabo de algún tiempo, por retirar la obra de sus catálogos.
A veces me ha ocurrido que se me escape lo específico de un factor –instalado en la raíz misma de la trama o de la psicología de mis personajes– en historias que ni siquiera tienen un ambiente cubano y yo creía perfectamente universales.  
La edición es un oficio que hoy se realiza en condiciones financieras y económicas tensas, y los editores de cualquier país, atentos a la rentabilidad, raramente disponen del tiempo necesario para trabajar un manuscrito. Máxime cuando la producción nacional es variada y abundante y cuando las traducciones que vienen de mercados “probados”, avalados por altas ventas, críticas reconocidas o integrados en series… e incluso convoyadas con los títulos más codiciados. Hoy en Francia, España y muchos países latinoamericanos la oferta en títulos publicables es muy superior a la demanda en un espacio saturado y desestabilizado por la piratería y la competencia de otras formas de ocio (electrónicas, en su abrumadora mayoría).

El país que mejor conozco, Francia, es por razones históricas y filosóficas sumamente sensible a lo exótico, los viajes, las culturas tan diferentes y variadas del planeta. Los libros documentales, las compilaciones de cuentos populares, rondas leyendas y mitos, así como las obras narrativas de autores franceses inspiradas en otras realidades y culturas ocupan un lugar destacado en la edición francesa para niños y adolescentes, que –por otra parte- registra un satisfactorio porcentaje de traducciones. Sin embargo, la traducción de literatura escrita en América Latina es muy inferior a la de regiones con menos tradición y producción de literatura infantil como son África, el Medio Oriente o Asia, pero que tienen lazos históricos con Francia y le aportan numerosos inmigrantes. Tanto porque son un consumidor potencial de literatura que evoca sus orígenes como por el deseo de explicar a los “franceses de raíz” la cultura de sus nuevos compatriotas, la cultura francesa –literaria y no, para chicos y adultos- se abre a esta fuente que, por otro lado, renueva la creación gala en sus contenidos y formas.
Hay, sin embargo, otras explicaciones a la pérdida de interés por América Latina en Francia. En primer lugar, la idea que se hacen los editores galos de nuestra producción literaria y, en segundo, nuestra propia manera de crear y promover nuestras obras.
Me consta que los franceses conocen mal la literatura infantil iberoamericana. Pocos son los editores que en aquel país leen español y portugués, y no más numerosos los especialistas y traductores de literatura infantil que practican nuestras lenguas y se interesan en nuestro acontecer.
Pero no siempre el escritor expatriado se percata de lo específico de un objeto, suceso o costumbre, ni su trama y/o estructura soportan la digresión esclarecedora. Muchas veces el problema no es que el lector “no entienda” lo que le explicas sino que lo que le explicas le impedirá identificarse con tu personaje, vivir como propia la historia que cuentas, disfrutar de la referencia, de la alusión, del guiño cómplice.
Muchas veces lo que distingue una historia de otra no son sus rasgos centrales, el argumento, el conflicto, el plan general. Lo que da a la obra su sabor especial, su originalidad, su relieve es el estilo. Pensemos en narradores como Gumersindo Pacheco, Ivette Vian o Albertico Yáñez; en ellos no siempre nos encanta lo que nos cuentan sino su modo de hacerlo, un lenguaje personal que evoca una zona de Cuba, grupo socio-cultural o generación. Desde otra comarca del castellano y, más aún, desde otra lengua, ese sabor que nos deslumbra o evoca situaciones concretas se torna insípido y hasta desagradable, cuando no simplemente intraducible.
Con lo anterior no estoy diciendo que esos y otros muchos autores cubanos sean intraducibles o imposibles de “ajustar” a un lectorado extranjero. Si un buen traductor o un editor creativo se lo proponen, siempre encontrarán opciones que permitan, sin traicionar la esencia de la obra y el estilo del autor, llevarla hasta el destinatario más remoto. El problema es que ¿quién está dispuesto a invertir tanto tiempo, esfuerzo y… dinero, cuando por mucho menos se puede alimentar un exigente catálogo editorial?

El costo de la traducción
Por supuesto, traducir cuesta. Aunque no estoy demasiado actualizado sobre la “tabela de precios”, hay que contar con 30 ó 50 dólares por página de traducción literaria. La novela infantil promedio cubre de 100 a 200 cuartillas, y ello significa que un libro traducido le puede salir al editor de 1300 a 3000 dólares más caro que un libro de autor nacional. Es más de lo que suelen pagar en Francia como ese anticipo de derechos de autor (equivale a las ventas de una primera edición promedio) que muchas veces se convierte en lo único que reporta un libro a su autor, pues el 5 u 8% del precio de tapa que reporta la venta de cada ejemplar no lo cobran muchos autores. Téngase en cuenta que en Francia se publican más de 70 000 títulos nuevos cada año y que, con la “fraternal ayuda” de la crisis, si el número de títulos no ha bajado mucho, si ha bajado la cantidad de ejemplares vendidos. Un ejemplo concreto: la primera versión –francesa- de mi novela “Mi tesoro te espera en Cuba” no me reportó mucho más que el anticipo, de unos 2000 dólares, pese a tener una segunda edición, el premio de la Ville de Cherbourg y llegar a finalista del reputado Prix de Jeunes Lecteurs. 
En consecuencia, ¿Por qué van a complicarse con traducciones los editores franceses si en el país disponen de miles de escritores y que decenas de miles de manuscritos llegan cada año a las editoriales? ¿Quién va a arriesgar tanto por un escritor cubano desconocido, por mucho premio UNEAC, de la Crítica o hasta Nacional de Literatura que tenga? Mi experiencia francesa me dice que nadie.
Mis últimas palabras no parten de meras especulaciones, sino de experiencias vividas. Desde que me marché de Cuba en junio de 1989, he propuesto a mis editores, sobre todo de Francia y España, no solo manuscritos míos, sino obras ya publicadas por algunos autores bien conocidos de nuestro país (solo les revelaré los consensuados nombres de Dora Alonso y Onelio Jorge Cardoso; pero también “me moví” por varios de mis coetáneos y por algún representante de generaciones más recientes). Hasta ahora todas esas iniciativas han resultado estériles. Si bien lo más frecuente es que los editores se limiten a la consabida fórmula “a pesar del interés del proyecto, éste no se corresponde con nuestra actual línea de trabajo”... que a veces incorpora un placebo consolador tan cortés como aplanador: “Le invitamos a someternos en otra oportunidad alguna otra de sus obras”… alguna que otra vez me han precisado la razón del rechazo: “demasiado diferente” me dijeron en Dinamarca y en Francia, o “no veo qué hallas de extraordinario en ese libro”, me dijo una editora española que mucho me estima. 
Esta “excesiva diferencia” está presente no solo en los contenidos y lenguaje de muchos libros cubanos, sino en formas de organización narrativa y presentación editorial que nos son características. Si en Francia y en España se publica muy poca poesía, el cuento –tan abundante en nosotros- no se antóloga ni se reúne en volúmenes de cuatro a ocho piezas, sino que se presentan solos, ricamente ilustrados, en la perfectamente codificada forma del libro-álbum (género inexistente en Cuba todavía en la pasada década), la viñeta y el relato histórico-ideológico son otras tipologías inexistentes en Europa Occidental e incluso en América Latina. Esos libros no tienen ninguna posibilidad allende nuestras fronteras y, lo que es peor aún, perjudican a los títulos estrictamente literarios por la frecuencia con que los premiamos y encomiamos. Si un editor francés o español decidiera confiar en los premios La Rosa Blanca, Ismaelillo o de la Crítica para escoger qué traducir de Cuba, se encontraría con muchos títulos que lo dejarían totalmente anonadado y sin ganas de repetir nunca más la experiencia… aunque si navega con suerte sí encontraría las perlas de la mora.
…..
Si en América Latina más que en España y, sobre todo, que en Francia, las editoriales más poderosas viven sobre todo de las ventas directas a las escuelas (que abastecen en manuales de matemática, lengua, historia, geografía y demás), en casi todos los países occidentales, las visitas a colegios o la presencia en las ferias del libro garantizan cuando no disparan las ventas. Un escritor extranjero (un escritor ausente) vende menos. Es una de las razones, aunque no la única, de la inflación de títulos nuevos y del predominio de autores vivos en los catálogos de literatura infantil (si bien los clásicos compensan con su prestigio y su condición de “valor seguro”, su irremediable ausencia).         
Yo he fallado en el intento de publicar la mayoría de mis libros en Francia, pese al ya mencionado factor de mi probable presencia en escuelas y ferias del libro… y al hecho de que pueden confiar en que conozco las peculiaridades pedagógicas, la vida real y el consumo cultural de los chicos a los cuales mis obras serán propuestas. De mis 25 títulos publicados en castellano, solo 7 han sido editados en Francia; ya se trate de traducciones realizadas por otros, ya de textos que yo mismo he traducido e incluso, en un par de casos, de textos que escribí inicialmente  en francés y que siguen inéditos en dicha lengua pese a haber sido publicados ya en la versión castellana que acometí más tarde.
No se trata necesariamente de discrepancias en cuanto a la calidad ni de estricta falta de adecuación cultural, puesto que muchos de mis títulos inéditos en francés han sido publicados, elogiados y hasta abundantemente vendidos en un país como España, que comparte no pocos valores y referencias con su vecino transpirenaico.
En todo caso, tengo la pesada responsabilidad de ser el único escritor cubano para chicos traducido en Francia. También se ha traducido recientemente, en pequeña edición artesanal, “La Edad de Oro”. En algún momento se tradujo “Balada de los dos abuelos” de Guillén y estuvieron fugazmente en catálogo dos obras menores (y para menores) de Zoe Valdés. Es todo… y por supuesto extremadamente poco.
Si la literatura infantil brasileña, argentina o mexicana, por no hablar de la española, están un poco mejor representadas es porque han beneficiado de la excelente vitrina del Salón del Libro de París, que tuvo a los respectivos países como invitado de honor en uno u otro momento, pero incluso más aún porque esas naciones destinan fondos especiales a la promoción de su literatura que, al financiar la traducción, ponen al libro nacional en iguales condiciones económicas que un manuscrito francés.

Yo sigo siendo un autor cubano, pero… ¿soy SIEMPRE un autor cubano?
De mis 60 años recién cumplidos llevo 25 fuera de Cuba. O sea, la mitad de mi vida consciente y tres cuartas partes de mi existencia productiva. ¿Se pasa un tiempo tan largo y definitorio en el extranjero sin sufrir –aprovechar- las consecuencias? Aunque en broma, suelo decir a quien me lo pregunta allá en Francia que yo en realidad soy ahora un “francubano” (el orden de los factores responde a la comodidad fonética, por supuesto).
La cuestión es: ¿soy cubano cuando escribo de Cuba? ¿lo soy menos cuando el tema o ambiente de la obra no tiene que ver con mi tierra de origen? ¿Puedo no serlo nunca en ciertos libros?
Mis ábumes ilustrados Gatito y el balón y Gatito y la nieve se destinan a pequeñuelos de 4 ó 5 años quienes solo acceden a mi texto por el oído. Traducidos a siete lenguas, esos libros han llegado a niños de diversos países. La voz de un pariente, un maestro o un promotor de la lectura les han acercado esas historias simples, lineales y ubicadas en el universo simplificado del hogar o, cuando más, el barrio. Si mi texto está despojado de marcas culturales, las abundantes ilustraciones de la alemana Constanze von Kitzing, que llenan cada página no pueden evitar referirse a un mundo material que cualquier niño del norte industrializado confundirá con el propio.
Mientras tanto, si los niños de 7 u 8 años que leyeron las traducciones portuguesa o coreana de Pájaros en la cabeza ya pueden comprender que hay países extranjeros distintos del propio, no pueden llenar de contenido preciso la frase “el autor es cubano” que tal vez haya pronunciado su maestra. Pero eso carece de importancia puesto que nada en el texto –que habla de un rey, un castillo, unas decenas de pájaros, tres ministros y un murciélago- indica que la historia y ¿por ende? su autor pertenecen a un país determinado. Este cuento tiene esa estilización propia de los cuentos de hadas y su autor pudiera venir de cualquier sitio.
Bien diferente es el caso de los escolares franceses que descubrieron, primero que nadie, mi novela Mi tesoro te espera en Cuba, y no solo porque eran niños de por lo menos once años, sino porque desde el título, la obra se sitúa en nuestro país. Un lector extremadamente acucioso se daría cuenta, incluso sin detenerse en la mención “traducción de Mireille Meissel”, de que esa novela fue escrita por un cubano; si nada en la forma lo indica, estoy convencido de que en las ideas, la verosimilitud de los personajes y el enfoque, resulta claro que esta novela no fue escrita por un francés que se documentó o pasó una temporadita a la sombra de una yagruma. Incluso en francés, esta novela es substancialmente cubana… En cuanto al “sabor cubano” que habría de hallarse en el estilo, en el lenguaje, aparece aquí y allá, pese a que mis editores habrán procurado evitarlo siempre que pueda dificultar la comprensión.
Más de un crítico español, francés o argentino ha saludado mi cubanía incluso en libros que, para mí, nada tenían de criollos como Vuela, Ertico, vuela o El pájaro libro. Siempre que he podido editar alguno de mis textos en Cuba, he procurado, aunque no al precio de desfigurar mi estilo –que siempre se caracterizó por una estilización universalizadora- reflotar esas “impurezas” criollas que revelan el modo cubano de vivir y expresar.

Volviendo pues a la idea inicial de esta, digamos, digresión: un autor cubano no lo es siempre o por lo menos, no en la misma medida en todos sus textos. Esto es algo que se percibe incluso en autores que nunca han cruzado la frontera, en cuerpo o en página impresa. Martí dijo: “Así como cada hombre trae su fisonomía, cada inspiración trae su lenguaje” y yo pienso lo mismo de cada libro, cuya forma y lenguaje se alimenta y sostiene una determinada historia. Por otra parte, un cubano con maracas no lo es necesariamente más que un cubano con audífonos japoneses.
Muchas gracias.

Joel Franz Rosell




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