17/1/17

La novela detectivesca juvenil siempre actual

TRADICION Y RENOVACION EN LA NARRATIVA DETECTIVESCA INFANTO‑JUVENIL*



La narrativa policial suele ser considerada como un género menor, trivial, de escasos valores estéticos y mediocre influencia en el espíritu humano.
Argumentos para tan severa valoración los suministra una parte numéricamente importante de los títulos publicados durante su siglo y medio de historia. Es incontestable que pocos géneros literarios son tan hábiles como la narrativa detectivesca para contentar al público con simples variaciones de sus componentes fundamentales, pero con ligereza se olvida que en su momento tales elementos fueron conquistados a golpes de talento por auténticos creadores y que a lo largo de su historia, la detectivesca se ha enriquecido y diversificado en todos los planos.


El lugar (común) del delito            

Han sido muchos los intentos de definición, clasificación y hasta normalización de la narrativa policial o detectivesca, pero voy a centrarme en la sencilla división de Tzvetan Todorov en novela de enigma, novela de suspense y novela negra; división que no excluye la de espionaje o «novela política de aventuras», como prefirió llamarla en su momento el autor y teórico ruso Yulián Semiónov, pues para el ensayista francés esta variación sería solo temática y no estructural.
En definitiva lo que modula la relación de la narrativa detectivesca con la literatura respetable no es la naturaleza del delito sino su forma de narrarlo, interesándose más en el desentrañamiento o realización del delito que en las motivaciones humanas que conducen a este. Otro elemento importante es la actitud frente a los cánones literarios. La postura continuista ha ampliado y estabilizado la legibilidad del relato policial, mientras la contestataria le ha permitido enriquecerse y renovarse, aun a riesgo de poner a prueba la fidelidad de sus lectores más numerosos, que son esencialmente conservadores y adictos solo a alguna(s) de sus variantes.
Los problemas recién evocados se presentan también en la Narrativa Detectivesca Infanto‑Juvenil, pero con un agravante: el presumible irrespeto por parte del relato detectivesco del valor educativo que tradicionalmente se atribuye a los libros para chicos. Para agravar su mala imagen, la NDIJ se ha visto injustamente reducida a su manifestación más visible: aquellas obras clónicas que vuelven al lugar del delito al multiplicarse en series de un mismo personaje (individual o colectivo).



Nunca es temprano, pues, para destacar que hay obras detectivescas infanto‑juveniles que rompen los esquemas del género (Filo entra en acción, de la austríaca Christine Nöstlinger, Renco y el tesoro, del español Emili Teixidor o The one hundredth thing about Caroline, de la estadounidense Lois Lowry), series que no salen de un único molde estilístico, temático y composicional («Sans Atout», de los franceses Boileau y Narcejac o «Le Furet», cada una de cuyas novelas se encarga a un autor diferente, incluso por su nacionalidad), o que ponen a prueba los límites de la literatura infanto‑juvenil (los «Flanagan», de los catalanes Andreu Martín y Jaume Ribera), y tampoco faltan obras que cuestionan tanto los esquemas de la detectivesca como los de la literatura infantil (serie «A turma do Gordo», del brasileño João Carlos Marinho).

La narrativa detectivesca infanto‑juvenil aprovechó la relativa impunidad en que la confinó el menosprecio de la crítica para evitar los intentos normativos y clasificatorios experimentados por el género policial para adultos. Pero si la encontramos prácticamente virgen de teorización y crítica, no carece para nada de retórica aplicada.

El móvil no es inmóvil

Todorov afirma que la obra policial se compone en realidad de dos relatos: el del crimen ‑ausente, pero real‑ y el del desentrañamiento de ese crimen ‑presente, pero desprovisto de significación en sí mismo. En la detectivesca infanto‑juvenil ocurre prácticamente lo contrario: el crimen es eludido, trivializado y hasta omitido (presuntamente para preservar de escenas brutales o poco ejemplarizantes al joven lector); en otras palabras, el crimen se ve despojado de significación. El desentrañamiento del delito, entre tanto, rebasa el tejido de la trama para hacerse parábola de la victoria sobre la pasividad infantil y materialización del fortalecimiento moral, intelectual y físico del niño/adolescente, puesto que suele ser él quien protagoniza la historia y restablece la «normalidad».
En la narrativa detectivesca infanto‑juvenil se narra primero la participación del protagonista, como testigo inconsciente o impotente, en la preparación y/o ejecución de un delito (del que acaba por ser, de una manera u otra, víctima) y se detalla enseguida la actuación del chico en la solución del caso, ahora sí como investigador. En resumen, la detectivesca infanto‑juvenil es predominantemente una novela de suspense (con elementos de enigma o de novela negra en las obras para adolescentes).
Son las singularidades psíquicas e intelectuales del chico y los preceptos educativos que suelen mediar entre él y los libros, los responsables de que la detectivesca para chicos no sea otra cosa que una variante de la literatura de aventuras (razón esta última de la hegemonía de la novela sobre el cuento o ¿por qué no? el teatro).
En sus inicios, el género no hizo sino continuar los caminos recorridos por la narrativa infantil hasta entonces. Nótese que en el período que va del primer relato criminal de Poe (1841) a los fundacionales éxitos de Arthur Conan Doyle (1890‑95), los chicos recibían los libros de Dumas, Dickens, Verne, Carroll, Malot, Spyri, Stevenson, Collodi, Amicis, Kipling y otros integrantes de la Edad de Oro de la novela infantil (porque, como ya he dicho, se trata esencialmente de novelas; los cuentos policíacos infanto‑juveniles son escasos y por lo general de menor valor, tanto desde el punto de vista de la intriga como desde el punto de vista de las ambiciones estilísticas).
Podemos considerar como primera obra detectivesca para chicos a Tom Sawyer detective (1878), de Mark Twain; si bien este libro se encuentra más cerca del relato policial inductivo que de la literatura infantil de la época, cuyo ejemplo más a mano podría ser justamente Las aventuras de Tom Sawyer (1876). Habrá que esperar cincuenta años ‑aunque no quiero privarme de opinar que La isla del tesoro (1888), de Robert Louis Stevenson, es la más original e inolvidable novela detectivesca juvenil jamás escrita‑ para que el libro para  chicos adopte/adapte convenientemente el relato de tipo policial.

Es el alemán Erich Kaestner quien, al publicar Emilio y los detectives (1928) lanza plenamente el género. Esta novela y su discreta continuadora, Emilio y los tres mellizos (1934), introducen los rasgos que caracterizarán la primera etapa de la NDIJ, cuya marca comercial la universaliza la muy repetitiva producción de Enid Blyton (Los Cinco, Los Siete Secretos y otras series identificables por las palabras «Misterio» y «Aventura» en sus títulos) que se extiende de 1938 a 1962. Esta autora británica fue inmediatamente seguida por innovadores prudentes y prolíficos que recordamos menos por sus nombres que por sus protagonistas: Teban Sventon, Los Seis Amigos, Los Tres Investigadores...


    

Entre los rasgos de la etapa sobresalen:

Simplicidad argumental y estructural

 Carente de los laberintos lógicos de la novela de enigma y de las truculentas peripecias de la novela negra, trátase de un relato de acción, con atmósfera de suspense frecuentemente centrada en el sitio en que se desarrolla la aventura y con progresión básicamente lineal aunque no se eluda alguna escena descontinuada para incrementar la tensión.

Omisión de escenas violentas, crudas y sórdidas

 Por esta vía se llega incluso a ocultar las verdaderas motivaciones sociales y psicológicas y las graves consecuencias del delito. Para lograr la trivialización del crimen ‑que solo interesa como motor de la aventura‑ se recurre a la simplificación, a la falsificación o al humor (elemento este que, paradójicamente, reforzará la capacidad de penetración en la realidad que manifiesta el género en su segunda etapa).


Moralismo: En principio, los transgresores son siempre castigados (por lo menos con el fracaso de sus maquinaciones) y, además, son adultos, lo que crea un orden sumamente grato al joven lector debido a la inversión de roles: en el relato es él quien auxilia, enseña, desenmascara y salva. En las obras de la vertiente paródica, el héroe es casi siempre un adulto (el arquetípico detective privado), pero frecuentemente tiene colaboradores niños.

Didactismo: Se manifiesta en el propio moralismo, implícito o explícito (en la descripción de los personajes, por ejemplo) y en la alta valoración del conocimiento, la curiosidad, el espíritu emprendedor y la lealtad. En todas las pandillas hay una jerarquía de la inteligencia, incluso si a veces se disimula tras el elogio a la intuición o a los atributos físicos de algún integrante del grupo.

Clasismo: Se evidencia en primer lugar en el hecho de que los protagonistas suelen pertenecer al mismo grupo social que la mayoría de los lectores de la época. Los  patrones de vida y conducta de la clase media son asumidos como referenciales, cuando no se celebra abiertamente su ideología. En Enid Blyton y seguidores es frecuente la presencia de un chico que, miembro de la pandilla o asociado, pertenece a clases desfavorecidas; este, sumiso o rebelde, ratifica la ideología de la clase dominante.

Pero hay obras en las que se invierten los términos y todos los méritos corresponden a muchachos humildes, que incluso son los protagonistas; es el caso de las dos novelas de Kaestner y de la serie «Oscar», de Carmen Kurtz.



                    



Ambiente convencional: el relato se desarrolla en tiempo y espacio cerrados, completamente convencionales, de modo que los héroes, aunque pasen por experiencias dramáticas, salen de la aventura tal como entraron, quedando listos para un nuevo episodio de la serie en el cual repetirán los mismos errores y demostrarán idénticas virtudes (el orden en que se lean estos libros carece de importancia). La mayoría de las obras del período son evasionistas y aportan poco, fuera de un espacio lúdico, al lector.


  ‑ Predominio de la producción          «occidental»:

En los primeros 90 años del género, se constata un casi completo dominio de la producción anglosajona y de  países del norte de Europa. La primera española en atreverse a crear una serie detectivesca propia, Montserrat del Amo, modifica ligeramente en«Los Blok» el modelo Blyton e introduce un ambiente español reconocible y socializado; en cambio, Iberoamérica entra con ínfulas innovadoras y las primeras novelas brasileñas de los sesenta ya son rompedoras en cuanto a clasismo, ambiente, motivaciones del delito o recursos formales (Carlos de Marigny, João Carlos Marinho).


Paréntesis en nombre del proletariado

Los artífices de la cultura del llamado «socialismo real» adaptaron temprano la narrativa detectivesca a la defensa y propaganda de su concepción del mundo. Las tramas políticas y el esquema del relato de contraespionaje fueron los más solicitados, pero sin menoscabar al delito común «contra la propiedad popular». La socialización de la lucha contra el crimen generó un cambio un tanto inesperado en la figura del protagonista: el héroe no podía ser el detective privado, héroe individual y a menudo asocial; tenía que ser un policía profesional, defensor consciente de los «intereses del proletariado» y del «Estado popular». Conjugar la narrativa detectivesca «socialista» con los requisitos de la literatura infantil provocó la irrupción de espesores proselitistas contrarios a la fluidez y el carácter lúdico indispensables a las obras para chicos.
Fuera de un puñado de traducciones realizadas en Cuba, poco he podido conocer de la detectivesca infantil producida en el área de influencia soviética. 
Si en víspera de la Segunda Guerra Mundial, Arkadi Gaidar introduce elementos de suspense en la emblemática Timur y su pandilla y dos décadas después Anatoli Ribakov los combina con la historia de la organización infantil comunista en su mal cuajada La daga, mi preferida es Una historia terriblísima, de Anatoli Alexin, pues reúne trama sólida y recursos desautomatizadores en divertida clave satírica. 

En la media docena de novelas detectivescas juveniles cubanas, publicadas a lo largo de la década del 80, se detecta tanto la presencia de los tics del policial criollo para adultos (de proselitismo populista) como la tradición blytoniana. Son novelas protagonizadas por niños, asistidos por policías oficiales, quienes se enfrentan a delincuentes que, por su parte, tienen como aliados a contrarrevolucionarios y agentes de la CIA. Todo ello es perceptible en las prototípicas El misterio de las Cuevas del Pirata, de Rodolfo Pérez Valero y El secreto del colmillo colgante, de Joel Franz Rosell, pero incluso en El enigma de los Esterlines, obra de Antonio Benítez Rojo que en otros planos resulta muy innovadora.



¿Qué hay de nuevo en la encuesta?

Las dos etapas de la narrativa detectivesca infanto‑juvenil no son, como podría suponerse, estrictamente consecutivas. Si bien es cierto que la mayoría de las obras publicadas hasta fines de los años sesenta se rigen por los principios antes descritos, no se puede deducir que todo lo publicado posteriormente presenta los rasgos nuevos, ni tampoco que no hubiera desde los orígenes del género autores capaces de introducir elementos revolucionarios. Ya he mencionado lo excepcional de Tom Sawyer detective en cuanto al realismo y crudeza del caso, y  el clasismo invertido de Emilio y los detectives. Igualmente podría citar la desautomatizadora ironía de Astrid Lindgren en Masterdetektiven Blomkvist o la rigurosa ambientación histórica de L'Affaire Caïus, de Henry Winterfeld.
La evolución de la narrativa detectivesca infanto‑juvenil sigue la huella trazada por su similar para adultos en Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y, más tarde, en lugares con menos tradición como España o Iberoamérica; pero mayor importancia aún tiene la evolución de la propia literatura infantil. Esto último explica que no surja una novela negra juvenil en los años 1930‑1940 y sí, en las últimas dos décadas, una detectivesca infanto‑juvenil marcada por el realismo crítico y la sensibilidad posmoderna.
La aparición de esa parcela del mercado editorial llamada literatura para jóvenes adultos, de identidad literaria cuestionable, ha permitido la redefinición y normalización de un lector menos discutible y sin embargo descuidado: ese individuo diverso, complejo, dialéctico y contradictorio situado en la transición del niño al joven. Si la mayoría de las novelas detectivescas para jóvenes adultos me interesan poco (no son más que versiones aligeradas de la detectivesca para hombres y mujeres hechos y derechos), en cambio la nueva etapa de la NDIJ es en gran medida narrativa «adolescentil», pues el enriquecimiento de tramas, personajes, ambiente y estilo se produce precisamente a expensas del adolescente, de su participación en la problemática sociedad que le ha tocado vivir y de la percepción que de ella tiene.
En esta segunda etapa de la detectivesca infanto juvenil pueden señalarse las siguientes generalidades:






Complejización argumental 

Se produce mediante la introducción, como tema o subtema, de problemas tales como el tráfico y consumo de drogas, el lavado de dinero sucio y la prostitución (en las novelas de A. Martín y J. Ribera que protagoniza Flanagan), la especulación urbanística (Federico, Federico, Federico, de E. Teixidor), el terrorismo (Traque dans la neige, de Denis Côté), la desigualdad económica y el dinero sucio (L’argent du mouton, de M. N. Naudy), los delitos ecológicos (Peur sur la ferme, de Sophie Dieuaide), etcétera. 
También se enriquece la detectivesca infanto‑juvenil con elementos procedentes de la cultura y la tecnología: el teatro clásico en El crimen de la hipotenusa (Emily Teixidor), el cine en Sombras blancas (Manuel Quinto), el rock en El asesinato del Sgt. Pepper's (Jordi Sierra i Fabra), la creación literaria en El misterio de las letras perdidas (Alicia Barberis) y O assassinato do conto policial (Paulo Rangel) o la televisión y la informática en Devuélveme el anillo, pelo cepillo (Enrique Páez).
Tratamiento estilístico y estructural más ambiciosos. Estrechamente ligada a la conquista anterior, ésta permite a la detectivesca infanto‑juvenil diseños estructurales novedosos y ricos, rupturas del tiempo cronológico, intertextualidades (las usa frecuentemente Ulises Cabal, al glosar obras literarias famosas, en coherencia con el oficio de librero de su detective; aunque lejos de la brillantez de Benítez Rojo, que en El enigma de los Esterlines revisita audazmente Espejo de paciencia, el poema épico que inaugura la literatura cubana). Gran importancia tiene la desinstrumentalización del lenguaje, que favorece el enriquecimiento de la prosa con elementos coloquiales, jergales y metafóricos. O caneco de prata de J.C. Marinho es el ejemplo extremo, sin desmerecer los felices hallazgos de Andreu Martín y Jaume Ribera.

Diferenciación en el tratamiento del héroe.



En todos los países se observa una clara diferenciación de dos tipos de obras: las que tienen protagonistas de la edad aproximada de sus lectores y las que utilizan héroes adultos. Una y otra tendencia pueden tratar a sus personajes de manera idealizante, realista o paródica. El primer tratamiento suele aplicarse a los personajes infantiles (generalmente integrados en pandillas), pero éstos vienen haciéndose raros al tiempo que la detectivesca infanto‑juvenil se dirige cada vez más a chicos mayores. El tipo realista corresponde a personajes adolescentes y jóvenes (entre otras razones porque se busca la identificación entre protagonista y destinatario. 
El tratamiento paródico, por razones obvias, se aplica a protagonistas adultos, que resultan caricaturas de los distintos tipos de detective famoso: el sesudo impasible (Holmes), el genial ridículo (Poirot) o el cínico arruinado (Marlowe). Hasta ahora no he descubierto ningún ejemplo del tipo Miss Marple, pues lo cierto es que la narrativa detectivesca es bastante machista y se dota raramente de protagonistas femeninos de cualquier clase. 
A las chicas se les reservan papeles de víctima, testigo o compañera del héroe. Notable excepción es El cartero siempre llama mil veces, de A. Martín y J. Ribera o la colección La senda de los elefantes, de Daniel Múgica, pero hay dos obras estadounidenses de muy alto nivel literario y donde todos los honores corresponden a las chicas: The One Hundredth Thing about Caroline, de Louis Lowry y The Face on the Milk Carton, de Caroline B. Cooney).

Incremento de lo fantástico, lo mágico y lo maravilloso

Sobre todo en las obras para niños (que no plantean, sin embargo, problemáticas propias o próximas al mundo infantil), los detectives pueden ser animales, mientras que los casos pueden apoyarse en situaciones fantásticas y/o ambientes imaginarios (Un museo siniestro, de Miguel Angel Mendo, El habitante de la nada, de Joles Senell,  o la muy original Pan Tau, de Ota Hofman).



Muchos autores han llegado a convertir la parodia y el humor en centro de sus libros, reduciendo lo policial a un mero pretexto argumental, retórico o estructural (El inspector Tigrili, de Braulio Llamero, Los detectives López y Baldosillo, de Pedro Soria o los dos libros de cuentos más o menos detectivescos protagonizados por el sapo Ruperto, de R. Berocay).


El uruguayo Francisco Ivanier combina el personaje-motivo de las brujas, tan de moda en nuestros días, con humor y su capacidad para dibujar personajes y representar un cierto modo de vida urbano de su país. En esta novela reaparece, un tanto inesperadamente, pero con gran pertinencia uno de sus temas recurrentes: la ausencia de un progenitor y sus efectos en la protagonista.



El humor, la parodia, la exageración, la ironía                               y otros recursos están más presentes que nunca y sirven ahora menos para suavizar o disimular los aspectos espinosos de una historia criminal que para incrementar la profundización en ellos y diversificar el disfrute del lector, como hacen el maestro brasileño João Carlos Marinho en todas sus obras (pero alcanzando notables ribetes surrealistas y postmodernos en O caneco de prata), Fernando Lalana en Galindo ha desaparecido o Sophie Dieuaide en su desternillante Peur sur la ferme.            



En las novelas para chicos más maduros es frecuente el enriquecimiento del discurso con esa ironía que caracteriza a los maestros de la novela negra estadounidense Dashiell Hammet y Raymond Chandler. El británico Anthony Horowitz (The Falcon’s malteser) ha logrado algo convincente y eficaz al servirse de la ironía y la caricatura para marcar la superioridad de su detective de 13 años frente a los adultos que tratan de aplastarlo... a veces literalmente.  
En la vertiente juvenil moderna (para más de 15 años), muy productiva en Argentina, por ejemplo, destacan obras como Jugar a matar, de Marcelo Birmajer y Los vecinos mueren en las novelas de amor, de Sergio Aguirre, caracterizadas por un trabajo ambicioso en lenguaje y caracterización de personajes.          

Pérdida de moralismo y didactismo
Ni los protagonistas son, en adelante, los defensores del orden, ni este se restablece necesariamente al final de cada obra. Los transgresores no son forzosamente castigados y las autoridades (policiales y jurídicas inclusive) pueden estar corrompidas. El clásico policía ineficiente de Conan Doyle (decididamente tonto en Enid Blyton) puede perder su única virtud: la honradez. Los héroes no defienden la legalidad sino una forma que puede ser muy personal y polémica de justicia. 
Así es en Filo entra en acción (Christine Nöstlinger), L'argent du mouton (Michel J. Naudy) o en No pidas sardina fuera de temporada (Martín/Ribera). Las situaciones crudas, sórdidas y violentas que antes se evitaban reflejan problemas que, nos guste o no, afectan a niños y adolescentes; desde la problemática de la calle hasta el enfoque crítico del ambiente familiar y escolar. 

En algunos casos, la inversión puede ser perjudicial al equilibrio entre trama y mensaje, como ocurre con Quem matou Papai Noel?, del brasileño Júlio Emílio Braz donde la denuncia de la corrupción y la atención prestada a una construcción socio-sicológica de los personajes acaba debilitando fuertemente la historia.



En Cuba, que es siempre un caso particular en el mundo hispánico, debido a su régimen comunista, se observa no obstante un acercamiento a las tendencias internacionales en el incremento, a partir de la década del 90 del realismo en la representación de la familia, la escuela y la sociedad en general. Así aparecen novelas detectivescas sin los habituales modelos ejemplarizantes en los personajes adultos como Mi amigo Juan, de Domingo González. 

Tiempo y ambiente redimensionados. En esta etapa de la narrativa detectivesca infanto‑juvenil tiempo y espacio dejan de ser convencionales y estereotipados. Abundan elementos reales y hasta naturalistas, costumbristas e históricos. El tiempo rebasa además la función de simple marco cronológico e influye en la personalidad de los héroes, incluso de las series. Por ejemplo, el lustro transcurrido entre la publicación de Vecinos y detectives en Belgrano y Detectives en Palermo Viejo (dos años en la ficción novelesca), son tenidos en cuenta por la argentina María Brandán Aráoz. En la segunda entrega, la narradora se desvía a menudo de la trama (endeble por demás) para profundizar en las relaciones entre unos protagonistas que ya no son simplemente amigos sino enamorados.

Por otra parte, el ambiente ya no es puro escenario, exótico o excepcional, especialmente diseñado para encuadrar la trama. 
La mayoría de las obras actuales transcurren en una gran ciudad (Barcelona, Buenos Aires, Nueva York, Vancouver...) representada con realismo o con toda la subjetividad vivencial del autor o con una capacidad de recreación del ambiente social que integra estas obras a la corriente de la novela negra (buen ejemplo es la excelente novela Papita en invierno, del canadiense Brian Doyle). El colegio, que antes solo servía como límite de las vacaciones en las que ocurría la aventura, ha logrado adquirir un papel central en novelas como las ya citadas de Nöstlinger, Martín/Ribera, Cooney y Marinho.

Conclusiones del caso

Las fuentes de la NDIJ son cada vez más eclécticas; tanto la literatura infanto‑juvenil, como la narrativa policial para adultos acogen sin reparos a la ciencia ficción, a la novela histórica, la psicológica o la social, e incluso al cuento de hadas. Esos cruces han dado resultados tan excelentes como los ya clásicos La caja de las delicias (John Masefield) y Pan Tau (Ota Hofman), o El misterio de la mujer autómata (Joan Manuel Gisbert). La detectivesca para chicos ha incorporado también géneros paraliterarios como los libros de información (haciendo de la trama policial apenas un pretexto para la transmisión o el entrenamiento de conocimientos en la serie «Los casos de Newton Balas» , de Eduardo Averbuj), mientras las obras del tipo «Elige tu aventura» adaptan la novela‑juego inventada por Ellery Queen a principios de siglo con las posibilidades de exploración de alternativas que ofrece la informática.


El relato detectivesco infanto‑juvenil implica en sí mismo un problema que resultaría insoluble sin la buena voluntad (complicidad para ser exacto) de sus lectores. La condición de niño o adolescente es inconciliable (francamente increíble en el caso de las series) con el oficio de detective. Lo anterior explica, en parte, el hecho de que las manifestaciones veristas del género sean relatos de testigos participantes más que de encuesta. De la misma manera, cada vez encontramos más protagonistas que, en lugar de superdotados, son chicos comunes que afrontan, con más coraje y suerte que dotes excepcionales, situaciones que pueden perfectamente darse en la realidad. En esta línea destacan las novelas de la serie Rico y Oscar, de Andreas Steinhöfel, cuyos héros son incluso niños con discapacidades o problemas de adaptación social.
Otro problema del género radica en que los jóvenes héroes no pueden compartir el enigma con los adultos que los acompañan en la historia, porque éstos les robarían el protagonismo. A fin de no contrariar la característica lealtad de los detectives adolescentes, el autor debe arreglárselas para quitar de en medio a los progenitores de papel, convenciendo así a los de carne y hueso de que sus libros no inculcan en los lectores peligrosas conductas independientes y emprendedoras. Así, muchas de las criticadas situaciones inverosímiles de la NDIJ serían deliberadas y cumplirían la función de desalentar en los chicos cualquier intento de imitar a sus paladines de ficción.
La narrativa detectivesca infanto‑juvenil comienza apenas a ser debidamente valorada. La mejor prueba es el hecho de que lo detectivesco sirva frecuentemente de pretexto para obras con objetivos bien diferentes. Pocas han conquistado, como Emilio y los detectives, aplauso universal. El consenso en torno a la clásica creación de Kaestner y la sobrevivencia del modelo Blyton (pese a todos sus defectos y carácter obsoleto), subrayan paradójicamente lo inmerecido del menosprecio acumulado por este género que revela, en un duelo sin tregua entre tradición y renovación, la vitalidad y las búsquedas que caracterizan al conjunto de la literatura infantil contemporánea.


Confesión del imputado (mi expediente es concluyente)

Mi primer contacto con la novela detectivesca infanto-juvenil tuvo lugar a mis 11 años, probablemente en un volumen de las atractivas ediciones que Juventud hacía de la serie Los Siete Secretos, de Enid Blyton. Fue mi condiscípulo Pablo –ya iniciado- quien me habló de la Biblioteca Provincial (de Santa Clara, al centro de Cuba). También descubrí allí las Aventuras de Tintín (historietas noveladas que en buen número son detectivescas), las otras series de Blyton (Los Cinco y otras series con la palabra Misterio y Aventura como clave identificadora), así como las novelas –un poco más escritas- del también británico Malcolm Saville, la serie Teban Sventon de humor detectivesco y la serie Oskar de Carmen Kurz.
Esas influencias se encuentran en las novelitas que comencé a escribir año y medio después. Pero mi primer intento narrativo fue un cuento (que no conservo, pero recuerdo trama y dibujo) donde adapté a mi realidad una situación detectivesca imaginada por mi entonces idolatrada Enid Blyton: el misterio de unas huellas que revelaban la  entrada de un ladrón a un edificio del que no parecía haber salido nunca. En la novela que me inspiró, las huellas estaban en la nieve, mientras que en mi cuento las huellas aparecían en el suelo de molino de granos al que mi hermano y yo íbamos frecuentemente a moler maíz para el consumo familiar. El suelo estaba permanentemente cubierto de una espesa capa de harina donde los pasos de clientes y empleados quedaban claramente marcados.

Pero la primera de mis 54 novelitas con tema propiamente detectivesco no fue de las primeras. Solo a mediados de 1969 abandoné las tramas que me inspiraron “La guerra de los botones” y “Los chicos de la calle Pal” (que vi en el cine mucho antes de leer las novelas) por una trama de robo, encuesta y persecución.  

Esa misma historia, rebautizada “Aventura en el campamento vacacional” fue la primera novela que presenté, en 1977, a un premio literario… que no gané pero, declarado desierto, me brindó la ocasión de conocer a Dora Alonso y escucharle consejos que me llevaron a comenzar una segunda novela (inconclusa) y luego una tercera que, con el título de “El secreto del colmillo colgante” se convertiría en mi primer libro, publicado apenas cumplir 29 años.


 No tardé en escribir otra novela del mismo tipo y con los mismos personajes, titulada “Campamento en Costa Rara” (y vagamente relacionada con su casi homónima de casi una década antes) que me contrató la editorial Oriente, pero no llegó a ser publicada puesto que la crisis económica púdicamente bautizada Período Especial por Fidel Castro , lo impidió. No obstante, una versión radial mía fue trasmitida por la cadena nacional Radio Progreso en 1989-90, y sendas versiones no autorizadas, aparecieron en la editorial Capitán San Luis: una en forma de relato abreviado y la otra como fotonovela.

Tras instalarme en Brasil en junio de 1989,  emprendí la reescritura de “El secreto del colmillo colgante” y de “Campamento en Costa Rara”, pero no les conseguí editor ni en Brasil ni en España, y fue “Mi tesoro te espera en Cuba”, terminada antes de abandonar Brasil en 1991, mi segunda novela con trama detectivesca, aunque claramente anclada en la realidad política y económica de Cuba.

 

Casi 10 años tardé en terminar y publicarla, en francés primero y en castellano dos años después. Mejor surte tuvo « Exploradores en el lago » (escrita en Argentina y publicada en España cinco años después) a la pandilla que protagoniza “El secreto del colmillo... dorado” (cañbio de título necesario para ditinguir la nueva versión, publicada treinta años después, de la inicial (aquel primer libro de 1983).






La mayoría de mis libros no tienen nada que ver con los recursos de la narrativa detectivesca, pero los he utilizado en libros como “Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes”, en "Tito y el amigo misterioso" (una de las noveletas incluidas en Tito y su misteriosa abuela, y más ampliamente en Concierto nº  7 para violín y brujas que viene a ser un thriller lento (tres siglos tras las huellas de un violín embrujado).


Mis dos últimas incursiones en la narrativa detectivesca aparecen en 2017-2018: “La Isla de las Alucinaciones” que obtuvo en España el premio Avelino Hernández de novela juvenil 2017. es una secuela de "Mi tesoro te espera en Cuba" (París, 2000/Buenos aires, 2002) y no se aleja demadiaso del modelo Blyton. Un caso muy diferente es “Aventuras de Sheila Jólmez, por el docto Juancho” (Editorial Capiro. Santa Clara, Cuba) que tiene una estructura y voz narrativa mucho más contemporánea (de hecho es mi primer libro narrado en primera persona) y muy explícitamente ambientado en un lugar real y concreto: mi casi natal ciudad de Santa Clara.



Pequeña bibliografía personal:

El secreto del colmillo colgante. La Habana. Editorial Gente Nueva, 1983.
El secreto del colmillo dorado. Bogotá. Hillmann, 2013
Mi tesoro te espera en Cuba. Buenos Aires. Sudamericana, 2002 y  Zaragoza. Edelvives, 2008. Primera versión, en francés: París. Hachette, 2000
Exploradores en el lago. Madrid. Alfaguara, 2009
Concierto nº7 para violín y brujas. México. Fondo de Cultura Económica, 2013 y Pinar del Río. Cauce, 2014
Tito y su misteriosa abuela. La Habana. Gente Nueva, 2015
La Isla de las Alucinaciones. Sevilla. Editorial Premium,2017
Aventuras de Sheila Jólmez, por el docto Juancho. Santa Clara. Editorial Capiro, 2018


SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA

 




AGUIRRE, Sergio: Los vecinos mueren en las novelas. Buenos Aires. Norma, 2000. 
ALEXIN, Anatoli: Una historia terriblísima. La Habana. Editorial Gente Nueva, 1979.
ARROU-VIGNOD, Jean-Philippe: Enquête au collège. Paris. Gallimard Jeunesse, 2012 (tres de las siete novelas protagonizadas por P.P. Cul-vert).
AVERBUJ, Eduardo: El robo de la antorcha olímpica. Barcelona. Timún Mas, 1968 (serie «Los Casos de Newton Balas»).
BENITEZ ROJO, Antonio: El enigma de los Esterlines. La Habana. Gente Nueva, 1980.
BIRMAJER, Marcelo: Jugar a matar (Noticias extrañas III). Bogotá. Norma, 1999.
BLYTON, Enid: Los cinco y el tesoro de la isla. Barcelona. Juventud, 1968 (serie «Los Cinco»).
BOILEAU y NARCEJAC: En la boca del lobo. Barcelona. Pirene, 1987 (serie «Sin Macuto en Acción»).
BONZON, Paul Jacques: Los seis amigos en la Gruta Marzal. Barcelona. Toray, 1981 (serie «Los Seis Amigos»).
BRAZ, Júlio Emílio: Quem matou Papai Noel? Sao Paulo. Editora Salesiana, 2009.
CÔTE, Denis: La machination du Scorpion noir. Paris. Nathan, 2001.
COONEY, Caroline B.: La photo de Jenny Spring. Paris. Hachette, 1992 (versión original: The Face on the Milk Carton. New York. Batam Books, 1990).
DEL AMO, Montserrat: Los blok descifran la clave. Barcelona. Juventud, 1973 (Serie «Los Blok»).
DIEUAIDE, Sophie: Peur sur la ferme. Paris. Casterman, 1999.
DOYLE, Brian: Papita en invierno. Bogotá. Norma, 1995.
GARFIELD, León: Rosa de dezembro. Lisboa. Caminho, 1989.
GISBERT, Joan Manuel: El misterio de la mujer autómata. Madrid, SM, 1991.
HITCHCOCK, Alfred-ARTHUR, Robert: El misterio del fantasma verde. Barcelona. Juventud, 1975 (serie «Los Tres Investigadores»).
HOFMAN, Ota: Pan Tau I. Madrid. Alfaguara, 1980.
HOLMBERG, Ake: Teban Sventon detective privado. Barcelona. Juventud, 1968 (serie «Teban Sventon»).
HOROWITZ, Anthony : Le Faucon Malté. Paris. Hachette, 1990 (título original The Falcon’s Malteser).
IVANIER, Federico: Maruja Antibrujas. Montevideo. Alfaguara, 2010.
KAESTNER, Erich: Emilio y los detectives. Barcelona. Juventud, 1968.
KURTZ, Carmen: Oscar, espía atómico. Barcelona. Juventud, 1963 (serie «Oscar»).
LAMBLIN, Pierre: Jacques Rogy chasse le fantôme. Paris. Editions G.P., 1961.
____________ : Jacques Rogy enquête sous les eaux. Paris. Editions G.P., 1963.
LINDGREN, Astrid: O As dos detetives. Río de Janeiro. Ediçoes de Ouro, 1974. (título original: Masterdetektiven Blomkvist. Estocolmo, 1948).
LOWRY, Louis: La centième chose que j'aime chez toi, Caroline. Paris. L'Ecole du Loisir, 1991 (versión original: The One Hundredth Thing about Caroline. Boston. Houghton Mifflin Co., 1983).
MARIGNY, Carlos de: Detetives por acaso. São Paulo. Editora Brasiliense, 1976.
MARINHO, João Carlos: O gênio do crime. São Paulo. Obelisco, 1969.
____________________: O caneco de prata. São Paulo. Obelisco, 1971 (serie «A Turma do Gordo», posteriormente en Editora Global, São Paulo).
MARTIN, Andreu y RIBERA, Jaume: No pidas sardina fuera de temporada. Barcelona, Alfaguara, 1989 (serie «Flanagan»).
______________________________: El cartero siempre llama mil veces. Madrid, Anaya, 1991.
MASEFIELD, John: La caja de las delicias. Madrid. Altea, 1986.
NAUDY, Michel J.: L'argent du mouton. París. Syros, 1988.
NÖSTLINGER, Christine: Filo entra en acción. Madrid. Espasa Calpe, 1983.
QUINE, Caroline: Alice et le talisman d'ivoire. Paris. Hachette, 1974
PAEZ, Enrique: Devuélveme el anillo, pelo cepillo. Madrid. Bruño, 1991.
RANGEL, Paulo: O assassinato do conto policial. São Paulo, FTD, 1989.
SENELL, Joles: El habitante de la nada. Madrid. SM, 1989.
STEINHÖFEL, Andreas: Mystère et rigattoni. Paris: Galimard, 2011
TWAIN, Mark: Tom Sawyer detective. Madrid. Espasa Calpe, 1980.
TEIXIDOR, Emili: Las alas de la noche. Madrid. SM, 1982.
_______________: El crimen de la hipotenusa. Madrid. SM, 1992.
_______________: Federico, Federico, Federico. Madrid. Espasa Calpe, 1991.
WINTERFELD, Henry: L'affaire Caïus. París, Librairie Hachette, 1973.






* La primera versión de este trabajo apareció en la revista Letras Cubanas (La Habana) en 1989. Diez años después, la revista CLIJ (Barcelona) presentó una versión incorporada, sin cambios mayores a mi libro de ensayos La literatura infantil: un oficio de centauros y sirenas. Buenos Aires. Lugar Editorial, 2001.
La versión actual, como todas las precedentes, se ha enriquecido con nuevas lecturas y referencias.

8/1/17

Premio Avelino Hernández (España) para "La Isla de las Alucinaciones"




 Comunicado de prensa del Ayuntamiento de Soria:
Joel Franz Rosell consigue con su obra ‘La isla de las alucinaciones’ el Premio Avelino Hernández
El libro, elegido por el jurado entre los 41 trabajos presentados, destaca por su brillante mezcla de aventura y la cotidianeidad.
Joel Francisco Rosell Gómez, prestigioso autor cubano afincado en París (Francia), con su obra ‘La isla de las alucinaciones’, ha resultado ganador de la V edición del Premio Avelino Hernández de novela juvenil que concede el Ayuntamiento de Soria. El jurado, presidido por el escritor y ganador de la primera edición del certamen César Ibáñez París, e integrado por el también escritor Andrés Martín, el crítico literario y librero César Millán, la profesora y autora  Susana Gómez Redondo, la periodista Sonia Almoguera y el concejal de Cultura en el Consistorio, Jesús Bárez, ha elegido su obra, una de las 41 participantes, por su brillante apuesta por la aventura y la cotidianeidad en una historia que tiende puentes entre España y Cuba con constantes guiños a las variedades idiomáticas de ambos países.

 ‘La isla de las alucinaciones’ narra la historia de un grupo de cinco amigos, una adolescente española y chicos de diferentes localidades de la isla cubana, que se ven envueltos en una serie de aventuras en torno a una isla misteriosa, históricamente ligada al tráfico de esclavos.

Con el pseudónimo de Wanted, el jurado ha destacado también que es una obra apta para un amplio abanico de edad. De las 41 obras recibas, el jurado seleccionó un total de siete, sobre las que esta mañana ha debatido el jurado. El premio está dotado con 6.000 euros en metálico y la publicación de la obra bajo un sello editorial.
 

Rafael Alcalde  con ‘Cuatro en París’ (2013); Juana Cortes por ‘Sonrisas’ (2011), Kiko Reinoso  de la mano de ‘Los buscadores de lluvia’ (2009) y César Ibáñez por ‘La cueva de los 10 acertijos’ (2008) ganaron las anteriores convocatorias de este concurso que, desde su creación, ha buscado siempre 'atrapar' a nuevos lectores enarbolando el legado de Avelino Hernández.



"La Isla de las Alucinaciones" está vinculada, por sus personajes protagónicos y ambiente, con Mi tesoro te espera en Cuba, novela que estrené en francés en el año 2000 ("Cuba, destination trésor". Hachette. París) y que posteriormente se publicó en castellano (Sudamericana. Buenos Aires, 2002 y Edelvives. Zaragoza, 2008).


La revista bilingue El Café Latino
que se publica en París
ha comentado el premio obtenido por mi novela

La Isla de las Alucinaciones
Editorial Premium
Sevilla, 2017

FRAGMENTOS DE LA NOVELA


Capítulo"Viaje a Oriente"


dibujito hecho en un margen del manuscrito

Era más media noche cuando Cata y Soto se marcharon al hotel. La fiesta siguió un par de horas más, pero al fin el último invitado se marchó.
Secundada por dos de sus vecinas, la abuela de Jorge se puso a vaciar ceniceros, a recoger restos de alimentos y vasos rotos. El abuelo la seguía diciendo: “Vamos a dormir, Bela. Pondremos orden mañana”. Ella respondía: “¡Qué va, Tato, si me acuesto pensando en este caos no podré dormir!”. Pero el padre de Soto terminó por convencer a su esposa, y el piso quedó oscuro y silencioso.
Paloma no tenía sueño. El baile con Jorge y su sonoro beso le volvían una y otra vez a la cabeza, haciéndola sentirse eufórica y avergonzada al mismo tiempo. Al fin, decidió confiar a su diario el estado de su alma.
Paloma no llevaba su diario en un cuaderno sino en una grabadora digital último modelo. Su tío preferido, que regentaba una tienda de electrónica en Valencia, se la había regalado poco antes del viaje a Cuba. El aparato no era mayor que un teléfono móvil, pero su alta tecnología le permitía captar sonidos distantes, eliminar ruidos parásitos y almacenar muchísima información, perfectamente clasificada. A fin completar sus comentarios con el sonido de la noche habanera, Paloma salió al balcón.
A esa hora de la madrugada no se escuchaba otra cosa que el rumor del mar y el paso de un automóvil solitario. Pero la habitación de Paloma compartía balcón con la de los dueños de casa y por los postigos entornados se filtraban sus voces:
–… ¡pero, mujer, si todo ha salido perfectamente! –decía Tato Sotolongo.
–No me refiero a la fiesta –replicó Bela–. En este país, si algo siempre sale bien son las fiestas. No en vano tantos extranjeros se imaginan que nos la pasamos de juerga.
Paloma apagó la grabadora y se dispuso a volver a su cuarto, pero la siguiente frase la retuvo.
–No lo dirás por Cata...
–Ella es una persona inteligente y ha vivido en Cuba lo suficiente para darse cuenta de nuestra realidad –respondió la abuela de Jorge–. Pero resulta más fácil entender un país, incluso extranjero, que comprender a tu propio corazón.
–¿Qué quieres decir?
–Que ella y nuestro hijo son muy distintos. Cata ha vivido en muchos países y Félix no conoce otra cosa que Cuba. Aquí él sabe todo lo que ella ignora y le aporta familia, amigos, contactos profesionales… Y ella, con sus privilegios de extranjera, le facilita a él todo lo que a los cubanos nos falta. En Cuba, Cata y Félix se complementan y se necesitan, pero… ¿qué pasará el día que se vayan a España, o a cualquier otro país? Lo que yo me pregunto es si se quieren por sí mismos o por lo que representan.
Paloma se retiró a su habitación, diciéndose que no tenía derecho a escuchar una conversación ajena.
“¿Ajena?”, se preguntó enseguida. ¿Realmente no tenía ella nada que ver con la situación que vivían Félix Sotolongo y su tía Cata? ¿Y entonces por qué  mientras oía hablar de ellos, no se le quitó de la mente aquella foto en que su propia imagen aparecía, como una sombra, entre las de Jorge y la linda Maruchi?
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durante la presentación de la novela en la feria Expoesía
Soria, agosto de 2017
Capítulo 8
Misteriosa Mamá Chong



Si con lo de los alacranes y la metedura de pata de Kilito el día había empezado mal, el asunto del repelente lo empeoró. Paloma, Jorge, Carbó y Kilito aseguraron a Maruchi que no la habían creído capaz de un gesto tan mezquino. Pero ella replicó, soberbia:
– ¡Mal hecho; yo soy capaz de cosas aún peores!
Y fue a tenderse en la hamaca que colgaba de los árboles más robustos del patio.
–Si esto continúa así, vamos a pasar unas vacaciones inolvidables –comentó Kilito con amargura.
–Es lo que yo decía el otro día –suspiró Paloma–. Mi presencia solo trae problemas.
–No tienes más culpa que Maruchi o cualquiera de nosotros –declaró Jorge vivamente.
–Todos debemos hacer un esfuerzo –opinó Carbó–. La cohabitación entre personas con intereses y valores distintos siempre exige tolerancia y flexibilidad.
–¡La cohabitación contigo es lo que exige toleflexi-no-se-qué! –explotó Kilito–. ¿Te das cuenta de cómo hablas? ¡Eres más complicado que letra de médico!
–¡Si por lo menos hablaran más bajo! –gruñó Maruchi desde su hamaca–. Hay quien intenta dormir una siesta.
Jorge y Carbó cruzaron una mirada de inteligencia. Si Maruchi  intervenía, aunque fuera para rezongar, es que ya se le estaba pasando el enojo.
Fue en ese momento que apareció una anciana toda vestida de negro y, sin el menor preámbulo, dijo:
–Mamá Chong desea verlos… –y alzando la voz, en dirección a la hamaca, añadió–. A ti también, Maruchi. Los espera a los cinco.

dibujito hecho en un margen del manuscrito


Como el día anterior, todas las ventanas de la casa estaban cerradas, excepto la cocina. Para abrir la puerta, la nieta más joven de Mamá Chong usó la llave; cosa sorprendente, pues los chongolinos solo echaban el cerrojo cuando salían del caserío.
Adentro estaba oscuro, casi frío y olía fuerte. Cuando su vista se ajustó a la poca luz, los chicos descubrieron mazos de hierba, hojas y flores secas en los rincones o colgando del techo. Eran las plantas medicinales con las que Mamá Chong trataba los problemas de salud que los chongolinos preferían no someter a la “médica de la familia”, y que también servían, como decía la centenaria, “para purificar los años que viven escondidos en mi vieja casa”.
Otra de las nietas de Mamá Chong acompañó a los visitantes a una habitación donde había muebles cuyas formas y colores se borraban en la penumbra. Paloma tuvo la impresión de volver a la tienda de antigüedades que tanto gustaba a su tío Homero. Había unas estatuillas y un jarrón que brillaban poco a pesar de estar junto a una lámpara de aceite. A la mente de los chicos vinieron palabras exóticas como “jade”, “laca” y “marfil”.
–¿No les han enseñado a saludar? –preguntó una voz.
Los cinco se volvieron sobresaltados hacia lo que habían creído un armario y que en realidad era una especie de sillón. Allí se hallaba Mamá Chong. Era pequeña y delgada como una muñeca, y su piel estaba tan arrugada y oscurecida que parecía madera. Sin embargo, sus ojos brillaban. Y eso que la lámpara de aceite no la alcanzaba con su luz ambarina.
Comenzó por preguntarle a cada uno cómo se llamaba, cuáles eran los nombres y la profesión de sus padres, qué edad tenía y en qué curso estaba. Pero no parecían interesarle las respuestas y sus ojos vagaban por los rostros de los chicos que permanecían callados. A continuación repetía las mismas preguntas al chico de al lado, sin mirarlo apenas. A Maruchi, en lugar de interrogarla, le espetó:
–¡Tú, igual que siempre!

Los otros se miraron inquietos: ¿el asunto del repelente y la rivalidad con Paloma habían llegado a sus oídos? Pero la centenaria ya decía, como para sí misma:
–La Chongolina tiene un problema con los alacranes. Un problema antiguo…
Creyeron que Mamá Chong iba a hablar de lo ocurrido esa mañana. Pero tras un silencio, tan largo que pensaron que la centenaria se había dormido, su voz resurgió con una entonación completamente distinta, suave y al mismo tiempo cavernosa, como si brotase de un enorme jarrón de porcelana:
–Los primeros chinos que llegaron a esta comarca fueron víctimas de un bucanero; gallego por parte de padre, filipino por parte de madre y malvado por todas partes. ¡Pobres chinitos! Caer en manos de Jefe Escorpión fue lo peor que pudo ocurrirles. El maldito se enteró de que los ingleses se proponían abastecer con chinos el mercado de trabajadores del Caribe, y les ofreció su conocimiento del litoral cubano y del Mar de China Meridional, su habilidad para el comercio ilegal y su goleta Ocamba, enteramente tripulada por bribones.
Mamá Chong hizo una pausa. Su mirada se detuvo tanto tiempo en Paloma y Maruchi que todos tuvieron la impresión de que buscaba en ellas la inspiración para proseguir.
–Largo y penoso era el viaje. Había que atravesar el Océano Índico, contornear África y cruzar el Atlántico hasta los puertos de La Habana y Matanzas. Los que no morían, llegaban flacos y débiles. Para que soportaran aquellos meses de angustia, Jefe Escorpión ordenó distribuir opio entre los desgraciados chinos, y luego tuvo la idea de dejarles descansar en una isla desierta antes de llevarlos al mercado de braceros. Los chinitos podían bañarse en el mar, tomar sol, recuperarse del mareo y la mala comida de a bordo, y fumar más opio...
–No era tan malo el Escorpión ése –comentó Kilito.
–¡Era el peor de todos! –graznó Mamá Chong–. La salud de los chinitos no le importaba nada. Solo pretendía que lucieran bien para cobrar más dinero por ellos. Sus “buenos tratos” y el opio reducían la desconfianza de sus víctimas, que creían haber pasado lo peor y acababan firmando contratos de trabajo que los convertían prácticamente en esclavos. Gracias a sus trucos, Jefe Escorpión comenzó a obtener mayores ganancias que los demás traficantes. 
La nieta mayor de Mamá Chong entró con una bandeja y varias tazas humeantes. 
–Es la hora de su té, Mamá –dijo en voz baja.
Las tazas eran antiguas, de porcelana, todas diferentes. Alguna estaba un poco rota, pero resultaban un lujo comparadas con los jarritos de lata que usaban los chongolinos. Por el olor, los chicos comprendieron que su infusión no era la misma que llenaba la taza de la centenaria. Una taza grande y dorada, decorada con un dragón... ¿O era un escorpión?
Mamá Chong cerró los ojos y aspiró el vapor que salía de su taza. De los chicos, el único que apreciaba el té era Carbó. Jorge y Kilito intercambiaron una mueca y dejaron las tazas en el suelo. Pero la anciana, siempre con los ojos cerrados, ordenó:
–¡Beban!... Dejar enfriar el té es ingrato, tonto y hasta dañino.
Los cinco sintieron como la infusión corría por sus gargantas, sus estómagos… hasta llevar su calor a las plantas de sus pies y a la raíz de sus cabellos. Tuvieron la impresión de que la habitación se llenaba lentamente de una luz dorada y vaporosa que nada tenía que ver con la lámpara de aceite.
–Jefe Escorpión se convirtió en un hombre rico, poderoso, y compró la isla donde enmascaraba los sufrimientos de los chinitos. Allí, como en sus barcos, sus menores deseos eran órdenes para los marineros, y leyes inviolables para la mercancía humana que le reportaba un cofre de oro por  viaje. Sin embargo, Jefe Escorpión no vivía mejor que cuando era un miserable bucanero. Él no se cubría con perlas y sedas, como sus lugartenientes, y no comía faisán ni bebía coñac francés como ellos. A él lo que le gustaba era el poder, ejercer su autoridad sobre todos y sobre todo: fueran quienes fueran, fuese lo que fuese. Por eso, aunque ya había cumplido ochenta años, seguía capitaneando su goleta Ocamba, y mandando como un rey en su isla de opio y mentiras…
–La Isla de las Alucinaciones –musitó Carbó.
Mamá Chong lo miró como a alguien que te cuenta el final de la película justo cuando entras al cine.
–Nadie sabe cómo murió Jefe Escorpión –dijo con cierta brusquedad–. Eso ocurrió mucho antes de que me trajeran a Cuba, siendo una niña. Cuando los mayores hablaban del asunto nunca se ponían de acuerdo: unos pretendían que un rayo bajó de un cielo perfectamente despejado para incendiar la goleta, o que ésta se estrelló contra unos arrecifes surgidos de repente en un mar apacible. Otros hablaban de un motín de la tripulación, porque Jefe Escorpión también maltrataba a la marinería, o de una rebelión de chinitos, al fin hartos de mentiras y privaciones.
Mamá Chong cerró la boca, cerró los ojos y hasta pareció desaparecer dentro de aquel sillón suyo, tan parecido a un armario. Los chicos tuvieron la impresión de estar solos en la habitación, que de nuevo se había vuelto oscura y ya no olía a té, sino a las flores secas que colgaban del techo.
Pero de repente la anciana estaba ahí, con los ojos bien abiertos y hablando con su voz susurrante como la seda cruda.
–La súbita desaparición de Jefe Escorpión y sus hombres solo aumentó los sufrimientos de la última partida de chinitos. Se encontraron solos en la isla, sin alimentos y sin embarcación en la cual tratar de alcanzar la tierra firme. Muy pocos sabían nadar y ninguno conocía las traicioneras aguas, infestadas de tiburones. Los que intentaron la travesía a nado o en una balsa improvisada, no llegaron a ninguna parte. La mitad de los chinitos era moribunda o cadáver, cuando apareció uno de los clientes de Jefe Escorpión, extrañado de no recibir el cargamento prometido. Arramblaron con los que todavía eran capaces de trabajar, y a los demás los abandonaron a su fatal destino.
Mamá Chong hizo otra pausa larga. A veces daba la impresión de que le faltaba el aire o le fallaba la memoria. Sin embargo, cuando hablaba de nuevo su voz era tranquila y segura; como si leyera un libro invisible suspendido a la altura de sus ojos.
–La Isla de las Alucinaciones tendría que estar sembrada de esqueletos. Pero como es una tramposa, nunca se ha encontrado un hueso humano en su suelo. Y tampoco se ha descubierto el menor rastro de naufragio o de los cofres de oro que Jefe Escorpión debió dejar enterrados.
Esta vez Mamá Chong estuvo callada más tiempo. Los chicos se miraron, preguntando sin palabras si no había llegado el fin de la extraña visita. Como una señal, escucharon abrirse la puerta de la casa. La luz del mediodía se filtró hasta el sillón, tan parecido a un armario, desde donde la anciana les había estado hablando.
Pero allí no había nadie. Solo un chal de seda gris, como un jirón de niebla, cubría el asiento.
–Vuelvan a visitarme un día de éstos…
La  voz de Mamá Chong les llegó desde el otro extremo de la habitación. Allí estaba más oscuro que en el sillón-armario, pero tuvieron la impresión de hallarse ante otra persona: más alta, más corpulenta y mucho menos vieja.
–… estoy segura de que tendrán preguntas que hacerme.
–¡Precisamente! –dijo Jorge precipitadamente–. Todo el mundo asegura que la Isla de las Alucinaciones está maldita y que no debemos visitarla.
Mamá Chong se dio vuelta y, sin contestar, se perdió en las sombras del pasillo. Pero cuando los cinco chicos estaban por abandonar la casa, escucharon su voz, lejana, pero nítida:

–La Isla de las Alucinaciones y la Chongolina están separadas por un acantilado mudo y un mar engañoso. Pero lo que separa, une… Mi padre y sus hermanos fueron prisioneros de esa isla. Sin embargo, cuando ganaron la libertad escogieron rehacer sus vidas aquí; tan cerca, pero tan lejos… Si van, tengan mucho cuidado. Sobre todo ustedes dos, Maruchi y Paloma.




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